Lelis
E. Movilla Bello
Primera
edición: Sincelejo, noviembre 2007
Copyright:
Lelis E. Movilla Bello
ISBN:
978-958-44-2554-6
Depósito
legal
Diseño
portada: Multigráficas
Impresión:
Multigráficas
Carrera
21 No.19-57, teléfono 282 O9 10
Sincelejo,
Colombia.
Multigráficas01yahoo.com
En
su composición se utilizó la fuente Garamond en 13 y 18 Puntos
Impreso
en Colombia - Printed in Colombia
LA VERDAD
Este
trabajo trata un aspecto de la Vida costeña que produce
urticaria en la delicada mentalidad de los que consideran
que algunas realidades deben ocultarse y no ver
la luz a través de la letra de molde. Tal vez por esa razón,
y blandiendo la necesidad de «preservar la inocencia
y el pudor de niños y jóvenes de estos tiempos»,
se ha combatido a quienes intentaron con anterioridad
plantear hechos que fueron esencia misma del
hombre costeño, como el coito con animales, especialmente la burra.
Sin
embargo, la realidad y la verdad son otras. Nada varió
en la mentalidad de los costeños que practicaron el
ayuntamiento con las burras, mientras que su desaparición
sí que arroja resultados deprimentes.
Los
contingentes de niñas entre los diez y los dieciséis o
diecisiete años que practican abiertamente la
prostitución,
que deambulan por las calles, parques, bares,
cantinas, griles, clubes, con sus aparatos celulares -elemento
convertido desgraciadamente en insignia y señal
de la debilidad y necesidad de las mujeres jóvenes-
la
consignación anticipada del valor del encuentro sexual denominado
«prepago», son aspectos que no conmueven
la pudorosa mentalidad de los mojigatos que
combatieron a la burra como sistema de desahogo sexual
de los jóvenes y patentiza la pérdida de la virilidad de
las nuevas generaciones masculinas, a1 subir a cotas elevadas
e1 problema del lesbianismo. El más reciente estudio,
divulgado por una de las dos más importantes cadenas
de televisión, señala que de los cuarenta
millones
de colombianos, doce millones de hombres sufren
de disfunción eréctil. Las mujeres entonces, como asegura
el dicho popular, recurren a] lesbianismo porque a
falta de la tranca del bollo negrito, buena es la arepa”.
Ni
que decir, porque quizás es dos veces más grave, cl
aumento alarmante del homosexualismo. Ya se habla tranquilamente
de poblaciones y ciudades colombianas que
aparecen en los registros, folletos, paquetes de promoción
turística, como “paraíso gay”; gay es un esnobismo
verbal con que ahora se trata a los que conocimos
y llamamos “manos partidas, “florecitas”, “florindos”,
“floripondios”, “locas” y, sin ambages, “marica”.
A tanto llega el asunto, que homosexualismo dejó
de ser un vocablo para calificar a1 hombre y hoy se utiliza
para los dos sexos, porque las mujeres rebasaron a
los compañeros para dedicarse, con círculos debidamente
organizados, al lesbianismo. A ellas las
calificamos
en el pasado como “María Machos”, y concretamente
en la costa Caribe, como «areperas», pero se
esconden en el mismo vocablo ya señalado: gay.
Si
es un pecado capital decir la verdad, preferimos pecar
y presentarles este trabajo que puede considerarse un
tratado sexual para una buena burreada. Recibimos hasta
los pedazos de cielo, si es que hasta allá llega el trepidar
de la protesta y se quiebra. Asumimos la responsabilidad
si con ello se pervierte la ingenua formación
de nuestros niños y jóvenes, hombres y mujeres
que, en presencia de sus padres y mayores, miran tranquilamente
105 videos y los canales televisivos por los
que se emiten, sin reserva alguna, las más aberrantes escenas
de encuentros sexuales entre un hombre y una
mujer
en la cama, así como de los videos homos y lésbicos.
Se
ha llegado a tanto en defensa de la libertad individual,
que hasta los religiosos se muestran indiferentes
y son los que ponen más empeño en esconder
la realidad, pese a que las bancas de los temples,
se convirtieron ante la mirada indiferente de los
sacerdotes y pastores, así Como de los feligreses todos,
en centros para concertar las citas. Fingiendo una
oración, parejas de hombres y mujeres y de hombres con
hombres o mujeres con mujeres, así estén haciéndolo.
Deliberadamente omitimos los escándalos sexuales
dc sacerdotes y pastores acusados, en este y otros
países, de formar triángulos con las compañeras o
esposas de los feligreses, de violar mujeres, jóvenes y niños,
de obligarlos a la pederastia. Desde los inicios de
la nacionalidad en nuestro país, los sacerdotes comenzaron
a tener «sobrinos» en donde prestaban sus oficios
religiosos, pese a que sus familias se encontraban allende
el océano en países como España, Francia, Portugal
o Italia. En ese entonces, y hasta prestigiosas familias
surgieron del sistema, las mujeres consideraban que
entregarse a un cura era un «polvo santo», como suele
llamarse en estas tierras el coito. Lamentablemente los
«guías espirituales», como diría el desaparecido narrador
hípico, Gonzalo Amor, «abandonaron la pista de
grama para correr por la pista de arena», en perjuicio de
la virilidad de los niños. Pero
entremos en materia.
EL APORTE DEL ASNO
EN EL DESARROLLO
DEL MUNDO
El
asno, un animal de carga, fue, y aún es en muchos lugares
del mundo, un soporte en las actividades del hombre
para cumplir tareas que permitieron solidificar las
bases del progreso y el desarrollo de los que hoy menospreciamos
y que nos convierte en los reyes de la Creación. Con
un tronco común en África, en todos los continentes
aparece e1 burro como compañero del hombre,
especialmente en áreas que apenas despiertan e
intentan equipararse con el resto del planeta. El modernismo
que ayudó a lograr, junto a condiciones de
terreno y clima, relegaron al asno a un lugar de menor importancia. Sin
embargo, a pesar de ser superado por animales de
su misma especie o de otras, como el camello y el caballo,
la historia resalta hechos y circunstancias que el
hombre no puede olvidar. Por ejemplo: Fue
sobre el lomo de los asnos en una época que se pierde
en los tiempos y los recuerdos, que los hicsos, el pueblo
de Amó, considerado ya en tan remotas épocas como
“El pueblo de los malvados” y más adelante como “El
pueblo elegido por Dios” y en estas calendas simplemente
como israelitas, que montaron sus corotos para
viajar desde las cercanías de la desaparecida Palestina
hasta Gracia y Egipto, en una migración de tal
magnitud que se le considera la más gigantesca que haya
realizado e1 ser humano, ocurrida unos 3.500 años antes
de Cristo. El retorno a la tierra prometida se relata con
singular acierto y belleza en el libro del Éxodo, pero
poco se habla allí de la importancia del asno, por cuanto
los “elegidos” de Dios se prepararon para la guerra
y e1 burro no era adecuado para estos menesteres. El
burro es sinónimo dc mansedumbre, de tranquilidad, de
paz.
El
hijo de Dios, Jesús de Galilea, en un cambio de procedimientos
y clamando por la paz en cl mundo y el amor
entre los hombres, tratando vanamente de disipar del
espíritu de israelitas y árabes e1 odio reciproco que alentó
Jehová, viaja de un lugar a otro en cumplimiento de
su misión, sobre el lomo de un jumento. La entrada de
Jesús a Jerusalén no fue sobre un brioso corcel árabe, como
correspondía a un hombre de su importancia, porque
su meta no era invadir tierras ajenas, ni asesinar pueblos
enteros ni arrasar a las poblaciones sin dejar piedra
sobre piedra”, ni mucho menos sembrar odio entre
judíos y romanos, sino el amor entre todos los seres
humanos. Se explica entonces que hay penetrado a
la Ciudad Santa, sobre el lomo de un asno, y no aparece por
ninguna parte el sexo del animalito, para, sin palabras,
decirles a los judíos: “Vengo en son de paz”.
Miguel
de Cervantes pone en boca dc Alonso Quijano
la frase: “Pobre de bolsa y pobre de mente”, refiriéndose
a Sancho Panza. El Quijote debió endilgarse así
mismo e1 insulto. Mientras Sancho, dentro de su nula
formación académica y su extremada pobreza se ve
obligado a acompañarlo en la aventura montado sobre
“Diablo” o “«Satanás”, que de ambas maneras llama a
su burro, mira la realidad del entorno, e1 muy leído don
Alonso Quijano abre paso a su locura como jinete dc
Rocinante, un jamelgo a] que solo queda viajar a la eternidad
a engullir pastes en las praderas celestiales. Contrasta
la ignorancia de Sancho sobre la mansedumbre
de su asno y con la simpleza de la realidad,
y la esquelética y ridícula figura de Don Quijote sobre
su cabalgadura forjando desequilibradas concepciones
del entorno.
LA BURRA COMO
OBJETO SEXUAL
A
los caribeños, y entre ellos a los sinuano y sabaneros, se
nos endilgó desde los principios de la nacionalidad la
frase de “burrero”. Nuestros hermanos del interior del
país tienen un número incontable de chistes en que los
costeños aparecemos apareándonos con las burras. Cuando
se quería, porque burrear ya no reviste ninguna importancia
ni se practica, enrojecer de vergüenza a un costeño
en una cualquiera de las ciudades y poblaciones localizadas
más allá de los límites de los departamentos de
Bolívar, Córdoba y Sucre, inmediatamente se refería un
chiste sobre burra. Sin tapujo alguno, se nos decía que
nosotros le poníamos cacho a los burros, o que éramos
unos puercos al aparearnos con las burras y otras aseveraciones
traídas de los cabellos.
El
primero de los costeños que se sacudió la enjalma cachaca
fue ese gran estudioso de los aspectos sinuanos como
es el maestro Benjamín Puche Villadiego, que nos
recordó, a cachacos y costeños, que cuando se produjo
el encuentro entre los dos mundos, el único animal
dc tiro existente en el nuevo mundo era la llama peruana.
Que el burro fue traído por los españoles mucho
después dc diezmar a los indios que debían cargarlos
en hombres de un lugar a otro de la geografía americana.
Que si alguien enseñó al aborigen del continente
a practicar el sexo con las burras, ese fue el español
invasor que, al no traer mujeres, violó a las indias y
a las burras por igual, solo que la violación a las burras no
se registró en las páginas de la historia.
Hasta
allí vamos bien. Los ilustres antepasados de quienes
hoy se enorgullecen de su sangre española, y quien
así se ufana generalmente se cree descendiente directo
de reyes, príncipes, condes, duques, marqueses, etc.,
no fueron más que los primeros «burreros» de América,
y tan diestros estaban, que enseñaron a nuestros
abuelos indios y posteriormente a nuestros abuelos
negros. Y esos abuelos blancos son los mismos abuelos
de todos los blancos y decentes y pulcros hermanos
del resto del país ¿Me siguen la corriente?
El
hecho de que los costeños se aparearan, en sus años
infantiles y juveniles con las burras, nos proporcionó
una bendición ¡quién lo creyera! porque no
otra cosa podía considerarse en aquellos tiempos que
una bendición de Dios, el que todos los hijos de sexo
masculino se distinguieran como varones plenos de
virilidad, siempre dispuestos a la reproducción de la especie.
Si pudieran compararse las estadísticas de homosexualidad
desde los primeros años del siglo XIX, para
no retroceder tanto en el tiempo, hasta la primera mitad
del siglo XX, nos sorprenderíamos del número casi
inexistente de hombres con dudosas inclinaciones sexuales
en la costa Caribe, en comparación con los que
se registraban en el resto del país.
Los
pocos maricas, porque así los calificamos en nuestra
tierra, que tuvo Montería hasta bien entrado el siglo
pasado, se pueden contar con los dedos de una mano
y sobran dedos. Igual ocurre en Sincelejo, en donde
aún hoy se recuerda a determinados individuos que
no ocultaron su condición pero que no alardearon sobre
la misma, como “Menegildo” y “La Paloma”, porque
lo grave del homosexualismo no es serlo sino el pavoneo de las “locas” que quieren aparecer
como más
mujeres que las mujeres. En el caso femenino, las lesbianas,
llamadas por nosotros con el sugestivo y muy descriptivo
nombre de “areperas”, se puede decir que existía
una por cada cincuenta mil mujeres. Para desgracia
de algunos, de las cuatro o cinco mariposas, por
lo menos dos vinieron de otros lugares. Fue 1a marihuana,
como resultado común de quienes son drogadictos,
la que produjo un aumento de homosexuales
en la región. La facilidad de la comunicación
nos trajo por carretera y por avión a cientos
de estos individuos, que en estos momentos imperan
en casi todos los frentes de la Vida diaria como algo
normal. Y, aunque usted no lo crea, fueron los homosexuales
los que iniciaron e1 combate contra la zoofilia
y condenaron a la burra a desaparecer. Por algo un
invento mortal instalado en los camiones de nuestros hermanos
del interior, recibió el fatídico nombre de “mataburro”,
con el cual se solazaban en las carreteras, desde
Caucasia hasta Barranquilla y viceversa, eliminando
a los asnos que encontraban en la vía. Pensamos
que, con la mortandad de burros, también se le
enseñó a la juventud caribeña que matar no es delito y
por ello aumentan los índices del homicidio en la región.
La disminución preocupante de la virilidad costeña,
abrió paso a1 lesbianismo, y dedicarse a estos extravíos
es como ejercer una profesión en la que incluso
se crean círculos, a la manera de los literarios, en
los cuales compartir experiencias. Nadie se escandaliza.
Pero
volvamos a1 origen de los “burreros”. Que no es
tampoco un privilegio ni una invención española. Para
estas calendas en que leer e interpretar la Biblia, aprendérsela
de memoria, es algo común y corriente que
debe soportarse cada fin de semana en la puerta de la
casa, no es una aventura buscar e1 capitulo y los versículos,
en que Balaam, el comerciante árabe, parece entenderse
con su burrita en los oasis del Sahara. La necesidad
del sexo es mundialmente reconocida en todo ser
humano, además de ser el primer mandamiento de Dios
a la criatura en la primera semana del mundo:
“creced
y multiplicaos”. Para crecer es fácil, pero para multiplicarse
se requiere el sexo. Ni las mas ultraderechistas
y fanáticas de las sectas religiosas, niega la
procreación.
Balaam
pudo pretender muchas cosas, y por ello aparece
en las páginas del libro sagrado, pero no podríamos
bajo ningún aspecto creer ni hacer creer que él
buscó una procreación con su burra. Ni más faltaba. Pero
lo que no se puede negar es que los comerciantes árabes
que atravesaban solitarios los desiertos, satisfacían
sus necesidades sexuales con burras y camellas.
Igual cosa hicieron y hacen los judíos, primos hermanos
de los árabes. Primero los árabes, que fueron dueños
y señores por ochocientos años en España, y luego
los judíos, que financieramente también dominaron
en la Península y sentaron en ella sus reales, se
encargaron de adelantar el proceso de enseñanza entre
los iberos en materia de zoofilia. Tampoco por este
aspecto se salvan los hermanos del interior, porque los
viene por las venas la misma apetencia.
Como
pueden ver los lectores, si bien es cierto que los
costeños practicamos por años el ayuntamiento con burras,
ello no es nuestro privilegio. Es un legado del que
no nos sentimos avergonzados, por lo menos en el pasado.
Por eso se puede lanzar el reto: El sinuano y el sabanero
que en 1980 contara más de 35 años, no
se hubiere unido sexualmente a una burra, sin tener en
cuenta marranas, pavas, gallinas, perras, etc., y se considere
varón en el amplio sentido del vocablo y esté exento
de dudosos comportamientos, que lance la primera
piedra. No obstante, la responsabilidad no es totalmente
española, ni árabe ni judía en lo que a zoofilia se
trata. Los indios peruanos se apareaban con la llama, lo
que nos permite ratificar 1a condición que tratamos de
ignorar en la medida que alcanzamos nuevos estadios culturales,
de que el hombre como especie no es otra cosa
que uno más de los miembros del reino animal. ¿Por
qué escandalizarse si una especie animal se aparea con
otra? El hombre lo ha logrado entre la burra y la yegua
y viceversa, y nos haríamos largos con lo atinente a
otros apareo e incluso con los experimentos de la ciencia.
Pero
el objeto de este trabajo es otro. El de explicar a
quienes hoy no lo practican ni lo saben, que para el acto
sexual con una burra o una yegua o una mula, y por
qué no, lo anormal con un burro mediante la técnica del
pedaleo, requirió la observancia de una serie de normas,
una manera de Kama Sutra, un manual que lo hiciera
más fácil y placentero. Para ello, vamos a recurrir a
anécdotas de amigos y de referencias que nos han llegado
con el correr de los años, porque el tema, por lo
menos entre los nativos del Sinú y las Sabanas, es común
y corriente y se comparten, o se compartían, experiencias
a1 respecto.
LOS NOMBRES
El
asno ha recibido en todo el mundo y en todos los idiomas,
distintos nombres. En la costa Caribe, para no irnos
muy lejos, se le llama burro(a), asno(a), pollino(a), meneco(a),
María Casquito, y muchos
otros, que dejamos aquí la lista porque no se trata
de adelantar un estudio onomástico del animal.
CLASES DE ASNOS
Encontramos
en la obra ¿Asnos o burros? En la
cultura costeña y la
naturaleza,
escrito por el médico veterinario y zootecnista,
Luis Mariano Pico Román, oriundo de Lorica,
Córdoba, la siguiente clasificación científica de los
asnos: «Reino: Animal. Subreino: Vértebra (Vertebrados).
Clase: manmalia (mamiferos). Orden: Ungolata
(con cascos) Suborden: perisodáctilo (un dedo en
cada extremidad). Familia: Equidad (equinos). Género:
Equus. Especie: Assinus».
En
la misma obra se trata sobre las subespecies, así: «Se
distinguen cuatro sub especies de asnos asiáticos o hemiones:
e1 Obagro de Persia, el Kiang del Tíbet, el Khur o 0
Ghorkar del Noroeste de la India y el Kulan on chigetal dc
Mongolia. Algunos autores consideran a estas variedades
como especies separadas. El asno salvaje africano
se clasifica como Equus asinus, el Onagro como Equus
hemicrus, Onager, el Kiang como Equus hemionus King, e1 Khur como Equus
Hemionus Hemionus.
LA BÚSQUEDA
Los
muchachos se reunían en grupos y partían hacia la
huerta más cercana. En Montería los sitios mas frecuentados
para las burreadas, fueron la Granja Experimental,
los Araújo, la huerta de don Gabito Torres,
los alrededores de donde hoy se levantan el Colegio
Nacional José María Córdoba y la gallera Zenúfana,
la finca Los Pericos, los alrededores de El Sabanal,
la llamada Paja de los Cabrales, que partía de La
Chivera y llegaba a la calle 41, desde la carrera diez hasta
un poco más allá de El Meridiano y La Floresta, los
alrededores del estadio 13 de junio, El Recreo. Dentro
de todos ellos, se levantaba una especie de monumento
a1 burro, que fue La Lechería, desde la calle 41
hasta el barrio Industrial y el Asilo, zona restringida,
o mejor, de prohibida penetración, porque allí eran
llevados burros y burras, caballos y yeguas, mulos y mulas
que llegaban a la población como integrantes de
las “arrias” que traían plátanos, madera, cocos y otros productos
de la región costera, de Valencia, Tierralta, El
Tomate, Popayán, Pueblo Búho, Las Cruces, Canalete y
otras.
En
Sincelejo, los sitios preferidos para tales menesteres
fueron las finca El Papayo y La María, y en
estas, los alrededores de los pozos Buenavista, Covapeñas
y El Bajo. A esos sitios llegaban los muchachos
para sacar de si las ganas pensadas y reprimidas,
y se encontraban gratamente sorprendidos porque
no solo de burras vivían los que por allí deambulaban,
por cuanto la vaca negra de don Aquilino Herazo
y la mula de don Lorenzo del Castillo, suplían con
creces las contadas ocasiones en que no había menecas.
Tanto la vaca como la mula, inmediatamente escuchaban
las voces de los muchachos, corrían a uno de
los pozos y se colocaban no solo discretamente sino de
manera tal, que cualquiera fuera la altura del interesado,
podía alcanzar el pozo de la dicha.
En
cada grupo se encontraba un experto en localizar las
burras. Conocimos en el barrio Montería Moderna a
Orlando Hoyos, que tenía el remoquete de Franelita, hijo
de Arcadio, el mata puercos, y en el barrio Granada a
otro de nombre Jacisco Franco, a1 que llamábamos Jalisco,
que fueron los mejores en la materia de los que registra
la historia del pueblo. Ambos, como los rastreadores
que después vimos en las películas de vaqueros,
se ponían al frente del grupo y señalaban e1 rumbo
a seguir. Si encontraban un cagajón, lo tomaban, lo
llevaban a la nariz y después de olerlo dictaminaban: este
es un burro, vamos por otro lado. Luego tomaban otro
y afirmaban: este es de burra, pero es una burra vieja
y maltratada y, además, pasó por aquí hace tantas horas
y ya no debe estar en la zona. Así, hasta que informaban
entusiasmados: este si es de una burra joven,
paso hace unos diez o quince minutes, está cerca y
hay que buscarla. Si era dc bum pichona, decían: ¡qué bien,
mano, es una burra pichoncita, señorita, búsquenla!
EL ENCUENTRO
El
ideal era formar un grupo de tres miembros, pero en
ocasiones se reunían más de diez y entonces se regaban
por la zona abriendo un campo de búsqueda apreciable.
La búsqueda terminaba rápidamente, pero quien
la encontraba no osaba tocar la burra hasta que no
estuvieran presentes todos los integrantes del grupo. Fue
una norma no escrita que todos supieron cumplir con
la honestidad del caso.
EL TURNO
En
todo momento y lugar, e1 turno para las penetraciones
era rigurosamente respetado. Primero los más
grandes o de mayor edad y así hasta llegar a los menores y más pequeños.
Ciertamente que se formaban discusiones, pero no interferían el turno.
LAS COMODIDADES
Hubo
casos de casos, pero la comodidad fue básica para
poder realizar el coito sin dificultades. Entre los casos
singulares estaba la mula ciega de los Cabrales. Era
un animal viejo que debió trabajar mucho en las fincas
de esa acomodada familia y que al perder la vista fue
suelta en la paja cuyo perímetro señalamos anteriormente.
En los alrededores del palo de caracolí, que
estaba en la parte de atrás de las instalaciones actuales
del periódico local, se reunía la «gallada». Si no localizaban
una burra, formaban entonces un cerco alrededor
del árbol y se masturbaban todos los integrantes
del grupo. Muy cerca de allí se encontraba un
árbol caído con tres niveles naturales y distintos. El más
bajo, para los muchachos más altos, el siguiente para
los de mediana estatura y el alto para los más pequeños.
A la mula ciega, una mula rucia, no había que
buscarla. Inmediatamente escuchaba la Charla de los
muchachos, salía en dirección a1 árbol caído y esperaba.
Conforme al tamaño, los interesados le daban pequeños
golpes en las ancas y ella se dirigía al lugar que
le indicaban, 'o bajaba o subía el anca a la altura deseada.
En
cercanías de Sincelejo se encuentra una finca llamada
Tierra Grata, a orillas del arroyo Colomuto o Columutu,
que fue de propiedad de don Pedro Chadid, en
la cual una yegua se ponía alerta al escuchar los palmoteos
de los muchachos, y corría hacia un barranco en
donde adoptaba la posición que luego el o los interesados
requería. Lo extraño en este animal era que si
no le agradaba quien palmoteaba, mostraba indiferencia
y si intentaban conducirla a la fuerza al barranco,
lanzaba patadas a diestra y siniestra.
Igualmente,
en Sincelejo, en el ahora céntrico sector de
la calle Cauca, en inmediaciones del hotel Tamaulipas, se
encontraba la vaca negra de propiedad del señor Aquilino
Herazo, que suplía con creces las necesidades de
los muchachos de la misma calle, de La María, El Tendal
y barrios aledaños. Cuando un muchacho 1e tocaba
el anca, la vaca se acostaba ofreciendo sus intimidades.
Ni
Marcial Lafuente Estefanía, ni Keith Luger, ni ninguno
de los folletistas relacionados con mitos y
leyendas
del Far West norteamericano, se refieren al aspecto
sexual de los «valerosos» vaqueros gringos durante
sus largas temporadas en solitario por los desiertos,
las praderas y las montañas del Oeste, pero se
sobrentiende que algo de ello ocurrió, antes del reclutamiento
masivo de putas en los salones para llevarlas
a las inhóspitas tierras a brindar sus experiencias
a quienes ya sufrían dolorosos espasmos de
«verija» por carencia de desaguaderos. Una
familia Buelvas, de Montaría, cuyos integrantes se
dedicaron a la zapatería, fue suficientemente conocida,
porque a eso de las tres de la tarde, en medio de
la solana, salían los tres menores cada uno con una caja
de madera de las llamadas guacales y en donde venia la
loza, sobre el hombro o la cabeza, rumbo a la zona de
carreteras y cuando aún no se había construido el estadio
dc béisbol, a la correspondiente jornada de amor. La
singularidad consistía en que el más grande cargaba In
caja más pequeña y el más pequeño, la caja mas grande.
Algunas personas que pasaban por la carretera en
vehículos, ignorantes del destino de los tres hermanos,
señalaban la injusticia de ponerle la caja mas grande
al más pequeño. Y es que para alcanzar el sitio donde
está el sexo de la burra, el más pequeño necesitaba
subir a mayor altura.
El
lugar más curioso en los tiempos mejores para los
niños y los jóvenes monterianos, fue indudablemente ll
finca El Alivio, de propiedad del médico José María de
Vivero, un nativo de Corozal que sentó sus reales en el
Sinú hasta el momento de su muerte. El predio era administrado
por un señor de nombre Tomas, que aparte
de su salario, acrecentaba sus ingresos cobrándole a
niños y jóvenes veinte y cincuenta centavos por el ayuntamiento
con burras, yeguas, mulas, cabras y vacas.
Si
consideraba que el niño no lograba evacuar más que deseos
mentales, la tarifa era de veinte centavos y se debía
hacer una larga fila en la que esperaban pacientemente
los interesados. Pero si Tomas deducía que
ya e1 pretendiente vomitaba más que saliva, cobraba cincuenta
centavos, con la obligación de limpiar el órgano
sexual del respectivo animal, para lo cual mantenía
baldes llenos de agua.
El
doctor De Vivero, hombre acaudalado, construyó para
su vivienda una edificación con tres domos y la chispa
de los monterianos la bautizó como «Las bolas del
doctor Vivero», expresión de doble sentido, ya que los
costeños suelen calificar como «bola» los testículos.
LOS PELIGROS
Si
la burra era demasiado joven, debía tenerse la precaución
dc amarrarle primero las patas traseras, para evitar
una patada. Burras ariscas dejaron a más de uno tendido
en el monte sin conocimiento por una fuerte patada.
De tal manera que dentro de la caja o amarada junta
a1 cinturón, siempre debía cargarse una pita de curricán
o una cabuya de las delgadas.
Las
anécdotas nos cuentan que más de uno debió salir
a las voladas de un potrero, perseguido por una
burra
indignada a la cual no se le liaron con anticipación las
paras. Quizás no le cayeron bien a la burra, porque ella
también tiene derecho a escoger presencia, estirpe, tamaño;
por brusquedad en el accionar; por mal olor; por
defensa del honor o quien sabe cuáles y cuántas cosas
más, para rechazar de manera violenta a1 enamorado.
Un
conocido profesional monteriano, que hoy goza de
fama por el acierto en el reconocimiento, formulación de
medicinas y tratamiento de enfermedades, debió emular
a los atletas que corren cien metros con vallas a1 encontrarse
en plena faena y sin que aún haya podido saber
la causa, la burra se dio la vuelta y lo atacó a dentelladas.
La carrera inicial no fue suficiente y el hombre
debió sacar fuerzas y capacidades en sus extremidades
inferiores para ganarle a la burra un buen trecho
que le permitiera volarse e1 vallado más cercano.
Después
de varios años de preparado este trabajo y a
punto de ser impreso, nos enfrentamos a un caso
parecido,
ocurrido en el departamento de Bolívar y concretamente
en el municipio de Turbana, pero en el que
el personaje fue un burro. Extractamos del periódico
barranquillero El Heraldo, lo pertinente de la información
suscrita por el corresponsal en Cartagena, Juan
Carlos Diaz, edición del lunes 29 de enero de 2007,
página 8A:
«Un
burro de apariencia mansa: y de ojos tristes dejó prácticamente
sin nariz a un comerciante del municipio de
Turbana al propinarle un mordisco en momentos en
que lo estaba ensillando». Como Carlos Polo Acevedo,
fue identificado e1 comerciante recluido en una
clínica de la Heroica. Sc
agrega más adelante: El
propio afectado dijo que la actitud agresiva del jumento
se debió a que cerca del sitio donde se encontraban,
en el barrio Aruba, sector Manantial, se escuchó
el rebuznar de otro burro. «Cuando oye el rebuzno,
le respondió desde donde estábamos y paró las
orejas, quizás olfateando que a pocos metros se encontraba
una burra en celo».
Hay
mucha tela que cortar en la información. La burra
parece no tener periodo de celo y siempre está
en
disposición de ejecutar el acto sexual. Como se ha perdido
el uso de los asnos para las labores caseras, son
incontables los ciudadanos que desconocen las formas
de tratarlos. Quien lo sabe, jamás se opone a las
intenciones del burro cuando una “fémina” que le gusta
esté cerca, por las consecuencias que ello acarrea. Si
no son patadas son mordiscos, y en el caso que comentamos,
la víctima del mordisco se encarga de corroborarlo
al decirle a1 periodista: “El
burro es como uno, si tiene la oportunidad de estar
con una hembra hace lo que sea por llegar a su lado”,
y él perdió la nariz por olvidarlo.
LAS CARICIAS
Un
experto en burras jamás de los jamases va directo Al
grano. A la burra se le acaricia, como a cualquier mujer, de
manera que el animal tome confianza. Por eso se le habla
en las orejas con palabras dulces, recalcándole su belleza,
sus buenas condiciones físicas, etc. Luego se
le acaricia cl pelo de la crin, y con ambas manos, se soba
por la tabla del pescuezo, pasando luego a1 lomo y al
bajo vientre hasta llegar al anca. Un experto en sexualidad
burrera, antes de abandonar las orejas y la
crin,
le da dos besos en los cachetes. Una vez en la zona
de candela, se saca un palito que previamente se ha
lijado para no maltratar la piel del animal. Los burreros
experimentados tenían como un preciado tesoro
un palitroque para tocar el tambor, el mango de un
balero o bolero como aquí lo llamamos, o uno de los
bolillos de adorno de las sillas del comedor que se
perdían sin que nadie en la casa pudiera decir cómo,
cuándo, por qué ni para qué. Ese objeto de madera,
cuando ya se ha hecho la penetración, se soba por
todo el hilo del lomo de la burra que sacándole e1 cuerpo
a1 objeto que se le desliza, mueve acompasadamente
el anca y le da una connotación distinta
al mete y saca del burrero. Repetimos el buen burrero,
no deja de halagarle el oído a su burra y hasta se
despide de ella cuando ha evacuado sus ardores, prometiéndole
regresar cuanto antes. Volver o no volver nada
significa para ambos, pero como en el caso del hombre
y la mujer, nada se pierde con la promesa de repetir.
Hay quienes aseguran que hubo burras que rebuznaban
cuando sentían la presencia del amado.
HUELLAS
REVELADORAS
Siendo
cosa sabida la unión sexual de los muchachos con
las burras, algunos padres aparentaban no compartir
el asunto. Por esa razón. lo preferible e indicado
era realizar las penetraciones con el cuerpo totalmente
desnudo, por si acaso la burra cometía la imprudencia
de defecar en cl momento culminante. Sin
embargo, una burra experimentada, bien atendida y
mejor mimada con las caricias, jamás comete la imprudencia
y e1 acto de mal gusto de defecar sobre la humanidad
de quien está pegado a su vulva.
Muchos
que negaban haber estado burreando, caían sin
poder discutir nada, cuando les mostraban las
braguetas
de los mochos, llenas de un color verde que solo
se adquiría estando pegado en la parte trasera de una
burra.
Otro
cuidado del buen burrero era evitar presentarse a
la casa con los pantalones llenos de cadillo, una pequeña
mata que arroja unas bolas diminutas que se adhieren
a la tela, como dice e1 pasillo: «al paso alegre del
campesino». Es la misma retama, pero acá conocida como
cadillo.
LOS IDILIOS
Alrededor
de la zoofilia se han tejido incontables anécdotas
y leyendas. Reconocidos personajes de la Vida costeña
son mencionados en charlas insulsas, pero nunca
nadie ha osado dejarlas por escrito. No
pretendemos
ser los pioneros y por ello guardamos la identidad
de los que escogimos para refrendar este escrito. Es
innegable que sobre la materia se teje la duda, y con
la misma intensidad con que se nos achacan los apareamientos
con las burras se trata de negar u ocultar esa
realidad, pero ni tanta llama que queme a1 santo ni tan
poca que no lo alumbre.
Un
descendiente de árabe, soltero empedernido (por lo
menos llegó a la senectud y se mantuvo alejado del trato
con mujeres), escritor de algunos quilates y a quien en
mementos de tremendas borracheras 1e han robado con
las grabadoras el producto de su magín, aseguran sus
familiares, allegados y amigos, que se asentó a la orilla
de una quebrada de sonoro nombre, levantó una casa
y al lado de la alcoba principal, ordenó construir una
especie de establo. Entre otras anécdotas, dicen que
por cerca dc diez años vivió totalmente desnudo encima
de un árbol, del cual bajó el día que creyó cumplida
su tarea de establecer cómo vivía el antropoide antes
de transformarse en hombre. Pues bien, el establo quedó
dentro de la vivienda y allí nuestro personaje introdujo
una hermosa meneca señorita de nombre Manira
y no profanada por casco alguno, ni de burro, ni de
caballo. Y el día de la inauguración, invitó a un selecto grupo
de amigos y al párroco de la población, que en medio
de la borrachera, ofició e1 matrimonio del escritor con
su joven pollina, luego de lo cual los dejaron solitarios
para que pudiera efectuar la luna de miel, y vivieron
felices y comieron perdices, pero no dejaron prole.
Por cerca de diez años la felicidad reinó en el hogar,
hasta que el que todo lo puede dispuso llevarse a
la meneca para el harem de la otra dimensión. Cierto o
no, el escritor se apareció alicaído, triste y melancólico en
Sincelejo, donde se radicó, dejando abandonada la vivienda
a la orilla de la quebrada, tan respetada por todos,
que solamente e1 paso del tiempo destruyó e1 tálamo
nupcial, e1 lecho de las cuitas entre el agareno y la
hermosa pollina. Y tan fiel en el idilio, que prefirió viajar
a esconderse en el mundanal ruido de la ciudad, antes
que profanar el inolvidable romance.
Una
precaución, que pocos tomaban en cuenta Porque
fue un hecho de muy poca ocurrencia, era dar
rodeos
antes de encaminarse de regreso a la casa. Francisco
M., en el barrio Obrero, a quien todos llamábamos
E1 Burro, y Celio P. (q.e.p.d.), en el mismo lugar,
fueron sorprendidos por burras con las cuales habían
hecho el amor y se fueron detrás de ellos, presentándoseles
en la casa. En el caso de Francisco, el encuentro
erótico tuvo ocurrencia a las ocho de la noche por
los lados de El Camajón y una hora más tarde sus familiares
comenzaron a escuchar el rebuzno enamorado
de la burra, pero solamente a las cuatro de la
madrugada, trasnochados, abrieron las puertas para averiguar
qué pasaba y la burra se metió corriendo hacia el
cuarto en donde Francisco dormía plácidamente y allí
se la colocó al lado. Mucho trabajo le costó a Francisco
M., y desde entonces 1e aplicamos e1 remoquete
de “El Burro”, embolatar a la burra en los montes
cercanos para que no encontrara de nuevo el camino
y afirman varios de sus amigos que debió llevarla en
un camión para abandonarla por los lados de Guateque.
Pero
otros, antes que embolatar a la burra, hicieron alarde
de ello. Juancho 0., un conocido personaje
sincelejano
allegado a la radiodifusión no oculta cómo debió
pedirle ayuda a Juan Severiche Vergara para que le
facilitara los medios con que comprar una burra en el pueblo
de Santiago Apóstol, a1 terminar las fiestas de corraleja
que transmitieron por una emisora de Corozal, porque
la burra había quedado tan enamorada de Juancho,
que lo seguía por todas las calles del poblado y
el propietario exigió una indemnización por los días de
las festividades en que la burra se negó a cumplir las tareas
acostumbradas, para estar al lado de quien había llenado
todas sus apetencias de sexo y afecto. Y como si
fuera poco, terminadas tales estas no hubo cómo quitarla
del frente del hotel en que se alojaban los dos Juanchos.
Y es que a Juancho 0., en la materia, se le reconoce
por parte de los alcaldes, personeros, jueces y otras
autoridades de los pueblos sucreños, la facilidad con
que las burras se enamoran de él. El
locutor y periodista Aurelio Gómez Jiménez, que deambula
con Juancho 0., por los pueblos de Bolívar, Sucre
y Córdoba en transmisiones radiales, jura y perjura Que,
en más de veinte ocasiones, en los últimos treinta años,
ha sido testigo de los preparativos de su amigo y compadre
de sacramento para ejecutar e1 acto sexual con
una burra «Te juro que es algo digno de verse. Sobre
todo, porque Juancho insiste en que el sexo sin besos
es como chuparse un pirulí de hierro o comerse un
mote dc queso sin queso. Por esa razón, siempre carga
en el equipaje un espejo de regular tamaño y luego de
los juegos preliminares en que besa por cerca de media
hora a la burra, le pone al frente el espejo para que
ella se vea y él, desde atrás del animal, pueda verle la
cara. Mientras se mueve a un ritmo acompasado le habla
con palabras melosas y le tira besos»
Otro
ciudadano de ascendencia árabe, operador de cámaras
en un teatro de Montería al que le colocamos e1 apodo
de «Caga Roxi», aún es recordado por su constante
apareamiento con las burras. Un día cualquiera
se topó con una burra negra doncella y de hermoso
porte y llegaron a quererse tanto, que convivieron
por cerca de veinte años sin que se presentara
en ese lapso ningún motivo de discordia ni de
celos. El día de la muerte de la odalisca, Caga Roxi lloró
inconsolablemente y después guardó luto por
cerca de dos meses, jurando solemnemente que no habría
más idilios con animales y para evitarlo, contrajo nupcias
con una dama con la cual vivió el resto de sus días
y engendraron y procrearon varios hijos.
Para
evitar enojosas visitas de las burras enamoradas, tres
sincelejanos que hoy son figuras muy ilustres y destacadas
en las actividades comerciales, de la medicina y
de la política, a los que según afirman sus contemporáneos,
apenas les faltaron dos patas para asimilarse
a los jumentos, sobaban a las María Casquito con
evidente cariño asnal, optaron por utilizar la camioneta
destinada a1 trasteo de mercancías, cuya parte trasera
permanecía con una especie de tolda impermeable
e iban a la Poza del Chorro, escogían la mejor,
la subían y comenzaban a pasear por las céntricas calles
de la población, turnándose. Dos en la cabina y uno
atrás cumpliendo sus funciones carnales.
ELOGIOS
Tanto
a la burra como al burro se les ha cantado con singular
gracia por los sinuanos y sabaneros, y no
pocos autores del Continente. Hasta villancicos para Navidad El
canta autor cereteano, Noel Petro, el primero de la
región que trascendió nacional e internacionalmente como
cantante, compositor y ejecutor de la música popular
colombiana, desde el principio se hizo llamar «El
Burro Macho», y una de sus más conocidas canciones
fue dedicada a1 burro, y en dos de los estribillos
con doble sentido, dice:
El
burro será maluco
El
burro será orejón
El
burro será cansón
Pero
tiene grande su corazón
Y
la otra señala:
El
burro será muy bruto
El
burro será dientón
El
burro será chiquito
Pero
tiene grande su corazón
En
la letra de otra canción, en donde va también implícito
e1 doble sentido, valedero solamente para el hombre
costeño que entiende estos retruécanos, dice:
La
burra mocha viene para acá
Viene
corriendo con el burro atrás
La
burra mocha viene para acá
Viene
huyéndole a la pendejá.
José
Arrieta González, un corozalero multifacético que
reparte su tiempo en los ajetreos de las artesanías con
madera y guadua y la pirografia, así como en la construcción
de décimas sobre asuntos comarcanos y canciones
de la picaresca sabanera, 1e ha cantado al burro,
a través de su personaje típico «El Tío Pello», en varias
ocasiones y formas. Por ejemplo, con dos décimas que
dicen:
Cuando
yo estaba pelao
El
negro y compa Simplicio
Prudencio
y José Dionisio
Fueron
a cogé pescao.
Todo
lo tenían planeao
Burriando
detrás de la alberca
No
me querían por ahí cerca
Porque
yo y que era sapito
Me
desquité con la puerca.
La
segunda dice:
Recuerdo
el tiempo pasao
Cuando
andaba en los potreros
No
lo niego. Fui burrero
Sin
pena lo he confesao
Soy
un costeño graduao
Entre
barrancos y sombritas
Y
entre las burras mansitas
Mi
adolescencia pasé
cuando
probé la mujé
dejé
quieta la burrita
En
ritmo de paseo, El Tío Pello grabó un álbum picaresco
con el título de «Parranda con 'Tío Pello», del cual
sacamos la letra de la canción intitulada «Soñando con
María Casquito», que dice:
Ayer
soñaba
Que
yo estaba en la Esperanza
La
tierra donde me crié
Y
vi a María Casquito,
El
primer amor que tuve,
La
que nunca olvidaré
Y
estaba linda como la soñé
Su
olor a burra tocó mis sentidos
Cuando
su tierno rabo acaricié
En
el barranco donde felices fuimos.
Pero
ella estaba triste
Un
poco acongojada
Un
tono de querella
En
sus ojos pude ve
Siempre
pasaba lo mismo
Después
que yo me entrego
Me
manda al carajo
Apenas
prueban mujé
Yo
te recuerdo no voy a mentir
Que
me disculpen por ser tan sincero
Y
el que me critique que me venga a decí
Dónde
está el costeño que no ha sido burrero (bis)
Me
comentaba
Que
ahora los muchachos
Andan
sin Dios y sin ley
Que
la habían desplazado
Unos
tipos bien raros
A
los que llaman gay
Pero
los buenos tiempos volverán
Viendo
la vaina en forma objetiva
Tu
eres la reina del mundo animal
Y
una burra nunca ha transmitido el sida (bis)
Para
consolarla
Le
acariciaba el anca
Nos
fuimos motivando como el tiempo aquel
Ella
se acomodaba
Debajo
del barranco
Y
cuando le alcé el rabo ahí mismo desperté
y
mi mujé me comenzó a decí
con
quién soñabas que estás bañado en sudor
quise
decirle pero no me atreví
que
soñando estaba con mi primer amor (bis)
Una
décima de tono fuerte pero ampliamente conocida
por
los campesinos, que se repite en voz alta
y
hasta con cierto tono orgulloso, dice:
Mira
el burro a la pollina
Y
la embiste con fuerza
Y
va sacando su pieza
De
su natural pretina.
La
muy indigna lo mira
Masca
y masca en el vacío
Y
lo empuja con brío
Y
al sacar la flor en punta
Y
la muy indigna pregunta:
¿Te
has hecho daño, hijo mío?
Seríamos
interminables repitiendo las canciones, Versos
de décimas y otras formas con las que el hombre Costeño
ha ensalzado al macho y a la hembra que le brindaron
tantas satisfacciones, en lo sexual y en el trabajo
psico, para desarrollarse, desarrollar a sus hijos y
a las tierras sabaneras, sinuanas, sanjorjanas, etc., que con
el paso de los años vinieron a convertirse en las más
ricas del Continente y la esperanza de ser la despensa
agropecuaria de muchos países.
EL BURRO
La
homosexualidad no es un privilegio del ser humano. Entre
los animales se dan estas variaciones contra natura que
Dios castigó en Sodoma. El burro, pese a todos sus
atributos dc virilidad, también cae en la fea experiencia,
que para él debe ser mucho más dolorosa. Entre
las muchachadas no deja de haber uno que es el
cerebro pensante y que por ello se encarga de dirigir a1
resto. Su palabra es 1ey, los éxitos se le reconocen, pero
los fracasos son responsabilidad de quien en el momento
oportuno falla, tal] vez por mal orientado. Esos
cerebros pensantes se las ingeniaron para Remplazar
a la burra cuando no se localizaba una en la Zona
sometida a cateo por la gallada, y no era otra que agarrar
el primer burro que encontraban luego de reconocer
e1 fracaso de la jornada, amarrarle las patas traseras,
sujetarle la cabeza a1 árbol más cercano, tomar una
pita y amarrarle los testículos y en el otro extremo de
la cuerda amarrar una pequeña tabla que quedaba con
una punta pegada al piso y la otra pendiendo de la
Pita.
Al momento de acercar la punta del pene al orificio anal
del burro, se pisa la tabla y e1 animal abre los esfínteres
como consecuencia del dolor; entrar y salir acompasadamente
es la ciencia de esta torturadora práctica,
llamada: «cómo comerse un burro chancleteado», que
favorablemente no alcanzó a popularizarse.
Sabemos
que hay muchas más técnicas en el asunto, pero
apenas registramos y dejamos escritas las
anteriores.
REGISTRO LITERARIO
Y PERIODISTICO
Corriendo
el riesgo de ser maltratado por mojigatos y mojigatas,
convencidos de que siempre debe haber una primera
vez, y pensando que estamos lejos del bien y del
mal, nada perdemos dejándole a nuestros lectores un
ejemplo de las vivencias costeñas de un pasado grato e
inolvidable, con la observación ya tácita en el curso de
lo escrito, de que la zoofilia fue una actividad común y
corriente en nuestra tierra y que cual más cual memos, practicamos
sin aspavientos ni hipocresías.
Sobre
el tema encontramos los siguientes registros, Que
respaldan lo aquí dicho y es que la zoofilia es mucho más
vieja de lo que pensamos. No se debe olvidar que, una
de las estatuas famosas del arte universal, es la de Fauno
penetrando a una cabra y se exhibe en uno de los
más famosos museos europeos. Fauno o Sátiro, es parte
de los mitos desde los principios de la historia conocida.
Veamos lo que dicen escritores considerados como
figuras de relieve en la literatura universal. En
el imperio romano, el escritor africano, Apuleyo, Escribió
en la ciudad de Cartago la obra El Asno de Oro.
Se
afirma que extrajo el tema de las tradiciones milesias, en
las que fue pionero otro gran escritor de la historia: Luciano.
El tema es la conversión por artes mágicas de un
hombre en asno. Apuleyo convierte el libro en una serie
de fantasías eróticas y escribe una novela cuyos primeros
once libros se titularon Metamorfosis
Libri (La metamorfosis) Y
no óbstame e1 erotismo fantástico, San
Agustín lo citará con frecuencia en sus
charlas bajo e1 título de
Asinus aureus
(El asno de oro). El francés Alexandrian,
el más importante recopilador de la literatura
pornográfica desde el pasado remoto hasta los
últimos años de la década del sesenta en el siglo pasado
dice sobre el particular: “finalmente, en Corintio, Lucius
consigue un amo que lo cuida bien porque lo exhibe
como un fenómeno de circo. Una dama se interesa
y una noche quiere acoplarse con él. La escena de
zoofilia es más truculenta en Apuleyo que en Luciano. Se
ve a la mujer coquetear con el asno ungirlo con aceite, colocarse
debajo para enlazarlo con las piernas y los brazos,
empeñarse en un juego frenético”. Franco
Saccheni, que en 1335 ejercía en Florencia El
cargo de podestá escribió una obra con el título de Trecento Novelle, unos trescientos
relatos pornográficos, en
los que se refiere a una discusión entre la castellana de
Becaria y su camarera Marión, y ésta grita: me
gustaría más tener a mi servicio un jumento que cien gorriones.
Rabelais,
e1 autor de Gargantúa y Pantagruel, obras consideradas
como clásicos de la literatura universal, tal
vez por ser costumbres de su época -1532—, creó su propio
vocabulario para definir e1 acoplamiento de humanos
y animales: Roussiner, con los
caballos; Beliner con
los cabríos y Baudouiner, con los
asnos.Henri
Eslienne, un impresor humanista, considerado como
sabio protestante, escribió una obra en 1566 en la
que trata de ridiculizar a los católicos, titulada Apología para Herodoto, en el capítulo De la Lubricidad y la Lujuria de la Gente de Iglesia, entre otras
diatribas, señala: «pastores que tienen
comercio sexual con las cabras».
Francois
Maynard, quien fuera secretario de Margarita
de Valois y a partir de 1614 presidente del
Tribunal
de Primera Instancia de Aurilac, más tarde miembro
de la Academia Francesa, compuso sonetos licenciosos.
De uno de ellos extractamos:
Es
preciso
Entregarse
en el placer
Y
no perder el tiempo
En
parecer.
No
te distraigas en
Hacer
la casta,
Pues
los años
Que
roen tu tesoro
Harán
del coño tuyo
Una
canasta que
No
usarán los
Burros
por decoro.
En
1911, el humorista norteamericano Ambrose Bierce,
publica su obra Diccionario del Diablo,
que los mojigatos
colocaron en el índice de sus propios reducidos
cerebros sin leerlo, perdiéndose de una obra llena
de humor que nada tiene qué ver con el mundo de
las tinieblas. El humorista se refiere al asno en los siguientes
términos de su obra:
«ASNO.
Este animal es celebrado amplia y Variadamente
en la literatura, el arte y la religión de todas
las
épocas y lugares; ningún otro animal ha encendido la
imaginación humana tanto como este vertebrado. En verdad,
algunos (como Ramasilus, De Clem, lib II,
y Stantatus, de temperamento), sospechan que
se trata de un dios;
sabemos que en tal carácter fue tratado por los etruscos,
y si creemos en lo que dijo Macrobio, también fue
venerado por los cupapasios. Los dos únicos animales
que son admitidos en el paraíso musulmán junta
a las almas de los hombres son: la burra que carga el
Balaam y el perro de los siete durmientes, lo cual no es
una pequeña distinción. Con lo que se ha escrito sobre
este animal, podría compilarse una biblioteca de gran
esplendor y magnitud, que rivalizarla con el culto a
Shakespeare y la literatura bíblica. En general, puede decirse
que toda la literatura, en mayor o menor grado es
cosa de asnos». Para
no continuar con una temática tan fuerte pero necesaria
para comprobar que no somos los hombres del
Caribe colombiano los inventores de la zoofilia, transcribimos
en su totalidad un artículo de Rodolfo de
la Vega, colombiano, aparecido en el diario El Universal,
de Cartagena de Indias, e1 10 de julio de 2002, con
el título Zoofilia y Bestialismo, que
dice:
«Aunque
a la zoofilia y al bestialismo se les da valor De
sinónimos, puede no ser así. Zoofilia viene del griego son, animal, y philos, amante. De manera que puede interpretarse
como el amor por los animales, lo cual tiene
connotaciones de virtud. El bestialismo por su parte,
es el ayuntamiento carnal con una bestia y, el Diccionario
de la Real Academia lo define como anormalidad
consistente en buscar el gozo sexual con animales.
La práctica del bestialismo es antiquísima y hoy
se encuentra mucho más extendida de lo que podamos
imaginar.
«En
el Levítico, atribuido a Moisés (Siglos 17-16 AC) hallamos:
Lev. 18-22: «No te echarás con varón como con
mujer; es abominación. 23: Ni con ningún animal tendrás
ayuntamiento amancillándote con él, ni mujer alguna
se pondrá delante de animal para ayuntarse con él;
es perversión». En el libro de Jomeini (Bruguera) que
recoge algunos preceptos del Corán, encontramos
las
siguientes enseñanzas: “Si comete
acto de sodomía con
el buey, el cordero o el camello, su orina y sus excrementos
se vuelven impuros y su leche no es comestible
«Si el hombre -¡Dios lo guarde!- fornica con
un animal y eyacula la ablución es necesaria». De la
cita bíblica y de los apartes del Libro de Jomeini se colige
que, entre los antiguos hebreos, así como entre los
actuales pobladores de los desiertos, era y es costumbre,
aunque condenable, el ayuntamiento con animales.
«En
El libro de la sexualidad, editado en
folletos por el diario
E Tiempo, hallamos el siguiente comentario: «1a zoofilia
casi nunca ha sido perseguida penalmente. No obstante
se tiene la constancia de un caso en 1538 en el que
un tal Joan Mario Zaragoza fue condenado a cuatro años
de galeras por mantener apasionadas relaciones con
una mula». Tal parece que el juez podría haberse mostrado
Clemente ante una relación esporádica. Lo que
no pudo perdonar fue lo de la apasionada relación.
Por
los sociólogos sabemos que las llamas, esos utilísimos
camélidos de Los Andes no sólo sirven como animales
de carga, sino también para descargar los ímpetus
carnales de sus dueños y usuarios. En
Colombia somos los costeños los señalados como
asiduos practicantes del bestialismo.
En
una universidad de Bogotá se suscitó entre un estudiante
costeño y otro del interior el siguiente
diálogo:
—¿Es
cierto que ustedes acostumbran a cohabitar con
burras? —preguntó el andino.
A
lo que respondió el costeño:
—Sí.
Cada vez que se presenta la ocasión.
Insistió
el cachaco:
—Pero
¿logran el coito a entera satisfacción?
—Perfectamente,
a menos que algún imprudente espante
el animal —respondió el de la Costa.
El
cachaco volvió a la carga:
—A
mí me han contado que en el momento culminante
acarician a la burra y le susurran palabras
de
amor. ¿Es eso verdad?
—No
hombe, ¡qué carajo! ya esas son perversiones —dando así por terminado el dialogo».
Por
otra parte, recurrimos a una crónica escrita por nosotros
en el diario El Espectador, que sin querer nos proporcionó
el Premio de Periodismo Alcaldía de Sincelejo
en el año de 1997, aparecida en la edición del domingo
17 de marzo de 1996, así:
“Se acaban los burros por falta de amor. Son
vendidos para convertirlos en presa de las fábricas
De
embutidos. El burro se extingue en la Costa Atlántica, donde
tenía su más extensa familia”
Lelis
Enrique Movilla Bello .
Corresponsal
de El Espectador
Sincelejo
Por
miserables $20.000 el más vivo los vende como suyos
a oscuros comerciantes que en camiones con placas
de Medellín y Bogotá, merodean por las carreteras
y cercanías de los pueblos, hasta reunir una manada
que acaba en mataderos clandestinos, de donde salen
para fábricas de embutidos.
Ese
parece ser el triste final de un animal que, como el
burro, ha estado en la historia de los pueblos
prestando
el concurso de sus fuerzas y de su resistencia, para
llevar el progreso, cooperar con el hombre en la trashumancia
y mejorarle su estatus.
Y
es que el burro perdió el cariño, el amor que el hombre
1e tenía. En la costa Atlántica, donde la hembra de
la especie siguió el mismo papel de sus congéneres en
los desiertos de Arabia y se presentaba orgullosa como
una burra diferente a la de Balaam -que cumplía sus
funciones en las frías noches a la orilla de los oasis- quedó
como ciertas damiselas de pueblo a las que las arrugas
les impiden que los cosméticos puedan adornarlas
y van siendo relegadas en covachas de oscuros
callejones.
Para
el hombre costeño, e1 burro no es sinónimo dc
ignorancia. Aun cuando este animal ha sido considerado
como bruto y por e11o, injustamente, es
paradigma de cerrazón, muchas historias costeñas lo
muestran distinto. Asno, garañón, rocín, rucio, pollino,
son algunos de los nombres que le han dado con
el paso del tiempo.
Las
historias de nuestros abuelos hablan del concurso que
el burro presto a los que en defensa de unos ideales políticos
se trenzaron en una lucha fratricida que se llamó
la Guerra de los Mil Días. Pero ese concurso fue Simplemente
el de contribuir a cargar los cañones, las municiones,
las tiendas de campaña, e1 abastecimiento de
alimentos.
UN CHALÁN DESGRACIADO.
Moisés
Perea, un narrador oral de Valledupar, según lo
afirma Germán Castro Caicedo, habla de «la carga de
los burros enamorados», durante la lucha de independencia
y de manera jocosa hilvana una historia con
el general Bolívar de por medio y los españoles en Tenerife,
en el Magdalena, como escenario; así como la dama
vallenata María de la Concepción Loperena Fernández
de Castro, que para cumplirle al Liberador una
promesa, de esas que se hacen al calor de la charla, recurrió
cazar 300 burros resabiados y entregárselos un
batallón venido desde Venezuela para que fuera a dar
batalla a los españoles.
Nunca
antes, ni nunca después se han tenido noticias de
los burros en batallas, hasta que un grupo de
subversivos,
para tomarse la población de Chalán, en Sucre,
arropó a un meneco -otro nombre del animal en
la Costa- con una carga explosiva, lo amarró al frente de
la Policía y lo hicieron explotar a larga distancia
y el asno quedó convertido en diminutas partículas
de cuero.
En
ese momento nadie se acordó que fue un burro El
que transportó a José y María a Belén, ni que ese mismo
animal con su vaho calenté e1 pesebre donde reposaba
el hijo de Dios, ni que fue otro pollino el que lo
paseó jubiloso por las calles de Jerusalén en medio de
palmas. Ni mucho menos que desde que el primer burro
pisó una costa africana, a través de la hembra, contribuyó
a mantener reducido el índice de homosexualismo
de nuestros países.
DEL BURRO A LA
MULA:
En
Colombia el burro comenzó a ser olvidado cuando
a un publicista se le dio por poner a un hibrido
como
la mula a la manera de punto de referencia para el
progreso «Colombia pasó de la mula al avión», se dice.
Pero todos se olvidaron de que, el primer avión que surcó
los cielos colombianos se posó en el mar y después en
los ríos y que la primera empresa de aviación del país
se fundó en la costa Atlánticas. Colombia pasó del burro
a1 avión y no como se ufana el mensaje publicitario.
El
periodista Edgar García Ochoa, en una de sus crónicas,
asegura que en un viaje de Cartagena a Sincelejo,
contó 400 burros a lado y lado de la carretera. Hace
apenas unos diez años, se contaron 502 entre Coveñas
y Sincelejo.
Pero
el progreso atropella a los más débiles. Y las carreteras
se convirtieron en el peor enemigo de los
burros.
Los camioneros que transportaban ganado de la
Costa a Medellín se «cranearon» la forma de acabar los
burros que se atravesaban la vía y pusieron en la frentera
una fuerte estructura de tubos dc hierro que llamaron
«mataburros». Desde 1950 en adelante, primero
en Córdoba, luego en Sucre y Bolívar, por lo menos
diez burros eran atropellados diariamente. El burro
se extingue en la costa Atlántica, donde tenía su mejor
hábitat y su más extensa familia. Se acaba un amigo
del campesino, que, con bríos, en silencio, sin
quejas, sin reclamos, humillado, le trasladó las cargas de
un lado a otro sitio sin más exigencias que un manojo de yerbas.
El amor entre ambos se fue diluyendo debido al
fuerte olor de la gasolina.
Recientemente
los burros volvieron a ser noticia en los
periódicos y otros medios de información, lo que nos
demuestra que el animal sigue vivito y coleando, aún
diezmado por la intolerancia del progreso. Veamos estos
dos:
En
Limura, un pueblo de Kania, e1 alcalde, James Kuna,
en los primeros días de julio de 2007, dispuso que
los burros fueran forrados con pañales en su cuarto posterior
«para asegurar que las calles del pueblo se mantuvieran
limpias», como lo registra una información aparecida
en la página 10 del diario HOY, en su edición del
24 de julio del mismo año.
Los
propietarios de burros en Limura protestaron enérgicamente
por la decisión de la primera autoridad del
pueblo, localizado a unos 50 kilómetros dc Nairobi, capital
dc Kenia, y uno de ellos, Kimani Gathugu, la calificó
de «absurda» y recomendó no solo cursos de adiestramiento
para colocar pañales a los asnos, sino que
destacó el papel vital que juegan estos animales en la
comunidad: «Los burros son muy importantes. No mucha
gente tiene carros en el área y los buros son un importante
medio de transporte.
Cuatro
días más tarde, e1 28 de julio, en la emisión de
las 12:30, el telenoticiero de RCN TV, inició las informaciones
con la decisión del alcalde de Becerril, Cesar,
Colombia, el señor Carlos Alberto Támara, de donar
80 burras y 20 burros a los niños que adelantan estudios
en la principal escuela local, la mayoría de los cuales
proceden dc corregimientos y veredas, en algunos casos
localizados a gran distancia, para que se desplacen con
menos fatiga de sus hogares a la escuela y viceversa.
Sin
mojigaterías, el alcalde Támara, al adjudicar más burras
que burros, no solo busca solucionar un
problema
de transporte sino e1 aumento del número de
estos animales. Tampoco se tuvo en cuenta si las burras
correspondieron a niñas o niños. Y sin pensar mal,
los niños campesinos de Becerril, además de cantar con
sabrosura sus paseos, puyas y merengues, tendrán la
feliz ocasión de reafirmar sus condiciones varoniles sin
exponerse a caer en las redes de los maricas que puedan
«ejercer» en aquella zona del país.
SEÑOR, AGUÁNTEME
LA BURRA
En
una época en que la simple mirada era suficiente para
que los niños entendieran los deseos paternales y, en
general, de las personas mayores, solicitar algo descomedido
por parte de un niño a un mayor se castigaba
severamente. Y cuando el niño recibía las nalgadas,
los chancletazos o los cintarazos, nada decía en
la casa, convencido dc que sin averiguar razones ni identidades,
le duplicaban la ración. Se tenía certeza de que
si una persona mayor castigaba en la calle a un niño
conocido o desconocido, debía ser por una falta grave.
Hogaño, buscar al autor del castigo y dispararle a
quemarropa la carga de una pistola o un revolver, sin averiguar
razones, sin saber cuál el grade de responsabilidad
del menor, es un hecho común y corriente
y, por el contrario, antes de criticarse se alaba porque
así se hace respetar la familia.
En
mi permanencia en el Urabá, vine varias veces a Montería
acompañando a mi tío abuelo, Naudin Bello González,
para ayudarle en la venta de los artículos que
traía del monte, comprar otros para llevar a Buenos
Aires,
Antioquia, y aprovechar para visitar a mis padres Y
hermanos, así como departir por uno o dos días con mis
amigos del barrio Obrero. En cada viaje traíamos una
arria de unos cuatro caballos, seis mulos y cerca de medio
centenar de asnos, que una vez despojados de la carga,
llevábamos a la Lechería, en la calle 41 con carrera segunda,
área que establecimos en otro lugar de este conjunto
de notas, para que descansaran y comieran libremente
durante los días que estaríamos en la ciudad.
En
uno de esos viajes, a1 llegar a La Lechería a eso de
las cuatro de la tarde, y como también lo anotamos en
otra parte, estaba prohibido el paso de personas, adultos
o niños que no tuvieran relación con los animales
a depositar. Encontramos a un niño de unos diez
a doce años oculto a un lado de la entrada del lugar,
que apenas nos vio 1e pidió a mi tío que lo dejara entrar
con nosotros como su ayudante. Mi tío, que si bien
mantenía la risa a flor de labios sabia como dejar bien
sentadas sus órdenes, aun cuando debiera usar el zurriago,
se quedó mirándolo y como que debió suponer
las segundas intenciones del muchacho y le dijo
que se vinculara, sin dejar dc advertirle que no debía molestar
los animales. El muchacho no respondió, pero se
mostró entusiasmado con la autorización.
Al
llegar a la puerta el encargado de abrirla dijo, señalando
al muchacho:
—Este
burrero tiene prohibida la entrada a La Lechería.
—
Vea paisano, e1 muchacho viene como ayudante y 1e
exijo dejarlo entrar con la arria o de lo contrario me la
llevo para otra parte —indicó mi tío Naudin.
—Ya
que usted lo autoriza, está bien, que entre, pero sale
junto con ustedes. No sabe, señor, lo que molesta este
pelao aquí —respondió e1 portero.
Sin
embargo, me pareció ver una mirada de común acuerdo
entre mi tío y el encargado dc recibir los
animales.
Entramos,
se contaron los animales, se fijó la cuota de
cada uno y el valor a pagar por los dos días de
permanencia
y el encargado, señalándolo con un dedo, indicó
el potrero a1 que debíamos dirigirnos. En el trayecto,
el muchachito, dirigiéndose a mi tío, 1e dijo:
—-Señor,
permítame quedarme un rato con esa burrita
baya. ¿Si?
—Está
bien, puedes comerte la burrita baya, pero eso
sí, no te demores —respondió mi tío a1 cabo de
unos
segundos de cavilaciones ante la propuesta del niño
Cuando
me invito a dirigirnos a un frondoso totumo que
se encontraba en el potrero, se escuchó la vocecita:
—Señor,
perdone, pero la burra no se está quieta y no
tango con qué amarrarla. ¿Me ayuda, por favor,
señor?
Una
especie de rictus de cólera, a manera de relámpago,
pasó por el rostro siempre sonriente del tío
Naudin
Bello. En ese momento él debía ser un hombre mayor
de cincuenta años. La petición lo paralizó deteniéndose
repentinamente. Me precio de haber conocido
tanto a] viejo, quizás mejor que sus propios hijos
aun cuando nuestro roce no fue tan extenso en el tiempo,
que esperé, con toda justicia, que se volvería tan
imprevistamente como se paró para darle un bofetón
al muchacho como castigo por su falta de respeto.
Guardé silencio, pensando quién sabe en qué cosas.
Cuando dio el giro lo hizo lentamente. Se dirigió al
lugar en el que el muchacho hacia esfuerzos para detener
a la burra que insistía en ir con el resto del arria.
Esperé e1 bofetón, pero no ocurrió según mis estimaciones.
El viejo, poniéndose de espaldas al muchacho,
alzó e1 brazo izquierdo, rodeó con él el pescuezo
de la burra y la detuvo. El animal se quedó quieto
y e] muchacho, haciendo esfuerzos de toda clase para
alcanzar el sitio indicado, cumplió sus deseos. Al terminar,
dijo:
—¡Gracias,
señor! Y con toda la tranquilidad del caso se
encaminó orondamente, silbando una canción de moda,
hacia la puerta de La Lechería. Mi tío no hizo comentarios
ni yo me atreví a romper el silencio. Hasta hoy.
FIN
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