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Contraportada

  Señor, aguánteme la burra
Lelis E. Movilla Bello
Primera edición: Sincelejo, noviembre 2007

Copyright: Lelis E. Movilla Bello

ISBN: 978-958-44-2554-6
Depósito legal

Diseño portada: Multigráficas

Impresión: Multigráficas

Carrera 21 No.19-57, teléfono 282 O9 10

Sincelejo, Colombia.

Multigráficas01yahoo.com

En su composición se utilizó la fuente Garamond en 13 y 18 Puntos

Impreso en Colombia - Printed in Colombia


LA VERDAD

Este trabajo trata un aspecto de la Vida costeña que produce urticaria en la delicada mentalidad de los que consideran que algunas realidades deben ocultarse y no ver la luz a través de la letra de molde. Tal vez por esa razón, y blandiendo la necesidad de «preservar la inocencia y el pudor de niños y jóvenes de estos tiempos», se ha combatido a quienes intentaron con anterioridad plantear hechos que fueron esencia misma del hombre costeño, como el coito con animales, especialmente la burra.

Sin embargo, la realidad y la verdad son otras. Nada varió en la mentalidad de los costeños que practicaron el ayuntamiento con las burras, mientras que su desaparición sí que arroja resultados deprimentes. 

Los contingentes de niñas entre los diez y los dieciséis o diecisiete años que practican abiertamente la
prostitución, que deambulan por las calles, parques, bares, cantinas, griles, clubes, con sus aparatos celulares -elemento convertido desgraciadamente en insignia y señal de la debilidad y necesidad de las mujeres jóvenes-

la consignación anticipada del valor del encuentro sexual denominado «prepago», son aspectos que no conmueven la pudorosa mentalidad de los mojigatos que combatieron a la burra como sistema de desahogo sexual de los jóvenes y patentiza la pérdida de la virilidad de las nuevas generaciones masculinas, a1 subir a cotas elevadas e1 problema del lesbianismo. El más reciente estudio, divulgado por una de las dos más importantes cadenas de televisión, señala que de los cuarenta
millones de colombianos, doce millones de hombres sufren de disfunción eréctil. Las mujeres entonces, como asegura el dicho popular, recurren a] lesbianismo porque a falta de la tranca del bollo negrito, buena es la arepa”.

Ni que decir, porque quizás es dos veces más grave, cl aumento alarmante del homosexualismo. Ya se habla tranquilamente de poblaciones y ciudades colombianas que aparecen en los registros, folletos, paquetes de promoción turística, como “paraíso gay”; gay es un esnobismo verbal con que ahora se trata a los que conocimos y llamamos “manos partidas, “florecitas”, “florindos”, “floripondios”, “locas” y, sin ambages, “marica”. A tanto llega el asunto, que homosexualismo dejó de ser un vocablo para calificar a1 hombre y hoy se utiliza para los dos sexos, porque las mujeres rebasaron a los compañeros para dedicarse, con círculos debidamente organizados, al lesbianismo. A ellas las
calificamos en el pasado como “María Machos”, y concretamente en la costa Caribe, como «areperas», pero se esconden en el mismo vocablo ya señalado: gay.

Si es un pecado capital decir la verdad, preferimos pecar y presentarles este trabajo que puede considerarse un tratado sexual para una buena burreada. Recibimos hasta los pedazos de cielo, si es que hasta allá llega el trepidar de la protesta y se quiebra. Asumimos la responsabilidad si con ello se pervierte la ingenua formación de nuestros niños y jóvenes, hombres y mujeres que, en presencia de sus padres y mayores, miran tranquilamente 105 videos y los canales televisivos por los que se emiten, sin reserva alguna, las más aberrantes escenas de encuentros sexuales entre un hombre y una
mujer en la cama, así como de los videos homos y lésbicos.

Se ha llegado a tanto en defensa de la libertad individual, que hasta los religiosos se muestran indiferentes y son los que ponen más empeño en esconder la realidad, pese a que las bancas de los temples, se convirtieron ante la mirada indiferente de los sacerdotes y pastores, así Como de los feligreses todos, en centros para concertar las citas. Fingiendo una oración, parejas de hombres y mujeres y de hombres con hombres o mujeres con mujeres, así estén haciéndolo. Deliberadamente omitimos los escándalos sexuales dc sacerdotes y pastores acusados, en este y otros países, de formar triángulos con las compañeras o esposas de los feligreses, de violar mujeres, jóvenes y niños, de obligarlos a la pederastia. Desde los inicios de la nacionalidad en nuestro país, los sacerdotes comenzaron a tener «sobrinos» en donde prestaban sus oficios religiosos, pese a que sus familias se encontraban allende el océano en países como España, Francia, Portugal o Italia. En ese entonces, y hasta prestigiosas familias surgieron del sistema, las mujeres consideraban que entregarse a un cura era un «polvo santo», como suele llamarse en estas tierras el coito. Lamentablemente los «guías espirituales», como diría el desaparecido narrador hípico, Gonzalo Amor, «abandonaron la pista de grama para correr por la pista de arena», en perjuicio de la virilidad de los niños. Pero entremos en materia.

EL APORTE DEL ASNO EN EL DESARROLLO
DEL MUNDO

El asno, un animal de carga, fue, y aún es en muchos lugares del mundo, un soporte en las actividades del hombre para cumplir tareas que permitieron solidificar las bases del progreso y el desarrollo de los que hoy menospreciamos y que nos convierte en los reyes de la Creación. Con un tronco común en África, en todos los continentes aparece e1 burro como compañero del hombre, especialmente en áreas que apenas despiertan e intentan equipararse con el resto del planeta. El modernismo que ayudó a lograr, junto a condiciones de terreno y clima, relegaron al asno a un lugar de menor importancia. Sin embargo, a pesar de ser superado por animales de su misma especie o de otras, como el camello y el caballo, la historia resalta hechos y circunstancias que el hombre no puede olvidar. Por ejemplo: Fue sobre el lomo de los asnos en una época que se pierde en los tiempos y los recuerdos, que los hicsos, el pueblo de Amó, considerado ya en tan remotas épocas como “El pueblo de los malvados” y más adelante como “El pueblo elegido por Dios” y en estas calendas simplemente como israelitas, que montaron sus corotos para viajar desde las cercanías de la desaparecida Palestina hasta Gracia y Egipto, en una migración de tal magnitud que se le considera la más gigantesca que haya realizado e1 ser humano, ocurrida unos 3.500 años antes de Cristo. El retorno a la tierra prometida se relata con singular acierto y belleza en el libro del Éxodo, pero poco se habla allí de la importancia del asno, por cuanto los “elegidos” de Dios se prepararon para la guerra y e1 burro no era adecuado para estos menesteres. El burro es sinónimo dc mansedumbre, de tranquilidad, de paz.

El hijo de Dios, Jesús de Galilea, en un cambio de procedimientos y clamando por la paz en cl mundo y el amor entre los hombres, tratando vanamente de disipar del espíritu de israelitas y árabes e1 odio reciproco que alentó Jehová, viaja de un lugar a otro en cumplimiento de su misión, sobre el lomo de un jumento. La entrada de Jesús a Jerusalén no fue sobre un brioso corcel árabe, como correspondía a un hombre de su importancia, porque su meta no era invadir tierras ajenas, ni asesinar pueblos enteros ni arrasar a las poblaciones sin dejar piedra sobre piedra”, ni mucho menos sembrar odio entre judíos y romanos, sino el amor entre todos los seres humanos. Se explica entonces que hay penetrado a la Ciudad Santa, sobre el lomo de un asno, y no aparece por ninguna parte el sexo del animalito, para, sin palabras, decirles a los judíos: “Vengo en son de paz”. 

Miguel de Cervantes pone en boca dc Alonso Quijano la frase: “Pobre de bolsa y pobre de mente”, refiriéndose a Sancho Panza. El Quijote debió endilgarse así mismo e1 insulto. Mientras Sancho, dentro de su nula formación académica y su extremada pobreza se ve obligado a acompañarlo en la aventura montado sobre “Diablo” o “«Satanás”, que de ambas maneras llama a su burro, mira la realidad del entorno, e1 muy leído don Alonso Quijano abre paso a su locura como jinete dc Rocinante, un jamelgo a] que solo queda viajar a la eternidad a engullir pastes en las praderas celestiales. Contrasta la ignorancia de Sancho sobre la mansedumbre de su asno y con la simpleza de la realidad, y la esquelética y ridícula figura de Don Quijote sobre su cabalgadura forjando desequilibradas concepciones del entorno.

LA BURRA COMO OBJETO SEXUAL
A los caribeños, y entre ellos a los sinuano y sabaneros, se nos endilgó desde los principios de la nacionalidad la frase de “burrero”. Nuestros hermanos del interior del país tienen un número incontable de chistes en que los costeños aparecemos apareándonos con las burras. Cuando se quería, porque burrear ya no reviste ninguna importancia ni se practica, enrojecer de vergüenza a un costeño en una cualquiera de las ciudades y poblaciones localizadas más allá de los límites de los departamentos de Bolívar, Córdoba y Sucre, inmediatamente se refería un chiste sobre burra. Sin tapujo alguno, se nos decía que nosotros le poníamos cacho a los burros, o que éramos unos puercos al aparearnos con las burras y otras aseveraciones traídas de los cabellos.

El primero de los costeños que se sacudió la enjalma cachaca fue ese gran estudioso de los aspectos sinuanos como es el maestro Benjamín Puche Villadiego, que nos recordó, a cachacos y costeños, que cuando se produjo el encuentro entre los dos mundos, el único animal dc tiro existente en el nuevo mundo era la llama peruana. Que el burro fue traído por los españoles mucho después dc diezmar a los indios que debían cargarlos en hombres de un lugar a otro de la geografía americana. Que si alguien enseñó al aborigen del continente a practicar el sexo con las burras, ese fue el español invasor que, al no traer mujeres, violó a las indias y a las burras por igual, solo que la violación a las burras no se registró en las páginas de la historia.

Hasta allí vamos bien. Los ilustres antepasados de quienes hoy se enorgullecen de su sangre española, y quien así se ufana generalmente se cree descendiente directo de reyes, príncipes, condes, duques, marqueses, etc., no fueron más que los primeros «burreros» de América, y tan diestros estaban, que enseñaron a nuestros abuelos indios y posteriormente a nuestros abuelos negros. Y esos abuelos blancos son los mismos abuelos de todos los blancos y decentes y pulcros hermanos del resto del país ¿Me siguen la corriente?

El hecho de que los costeños se aparearan, en sus años infantiles y juveniles con las burras, nos proporcionó una bendición ¡quién lo creyera! porque no otra cosa podía considerarse en aquellos tiempos que una bendición de Dios, el que todos los hijos de sexo masculino se distinguieran como varones plenos de virilidad, siempre dispuestos a la reproducción de la especie. Si pudieran compararse las estadísticas de homosexualidad desde los primeros años del siglo XIX, para no retroceder tanto en el tiempo, hasta la primera mitad del siglo XX, nos sorprenderíamos del número casi inexistente de hombres con dudosas inclinaciones sexuales en la costa Caribe, en comparación con los que se registraban en el resto del país.

Los pocos maricas, porque así los calificamos en nuestra tierra, que tuvo Montería hasta bien entrado el siglo pasado, se pueden contar con los dedos de una mano y sobran dedos. Igual ocurre en Sincelejo, en donde aún hoy se recuerda a determinados individuos que no ocultaron su condición pero que no alardearon sobre la misma, como “Menegildo” y “La Paloma”, porque lo grave del homosexualismo no es serlo sino  el pavoneo de las “locas” que quieren aparecer como más mujeres que las mujeres. En el caso femenino, las lesbianas, llamadas por nosotros con el sugestivo y muy descriptivo nombre de “areperas”, se puede decir que existía una por cada cincuenta mil mujeres. Para desgracia de algunos, de las cuatro o cinco mariposas, por lo menos dos vinieron de otros lugares. Fue 1a marihuana, como resultado común de quienes son drogadictos, la que produjo un aumento de homosexuales en la región. La facilidad de la comunicación nos trajo por carretera y por avión a cientos de estos individuos, que en estos momentos imperan en casi todos los frentes de la Vida diaria como algo normal. Y, aunque usted no lo crea, fueron los homosexuales los que iniciaron e1 combate contra la zoofilia y condenaron a la burra a desaparecer. Por algo un invento mortal instalado en los camiones de nuestros hermanos del interior, recibió el fatídico nombre de “mataburro”, con el cual se solazaban en las carreteras, desde Caucasia hasta Barranquilla y viceversa, eliminando a los asnos que encontraban en la vía. Pensamos que, con la mortandad de burros, también se le enseñó a la juventud caribeña que matar no es delito y por ello aumentan los índices del homicidio en la región. La disminución preocupante de la virilidad costeña, abrió paso a1 lesbianismo, y dedicarse a estos extravíos es como ejercer una profesión en la que incluso se crean círculos, a la manera de los literarios, en los cuales compartir experiencias. Nadie se escandaliza.

Pero volvamos a1 origen de los “burreros”. Que no es tampoco un privilegio ni una invención española. Para estas calendas en que leer e interpretar la Biblia, aprendérsela de memoria, es algo común y corriente que debe soportarse cada fin de semana en la puerta de la casa, no es una aventura buscar e1 capitulo y los versículos, en que Balaam, el comerciante árabe, parece entenderse con su burrita en los oasis del Sahara. La necesidad del sexo es mundialmente reconocida en todo ser humano, además de ser el primer mandamiento de Dios a la criatura en la primera semana del mundo:
“creced y multiplicaos”. Para crecer es fácil, pero para multiplicarse se requiere el sexo. Ni las mas ultraderechistas y fanáticas de las sectas religiosas, niega la procreación.

Balaam pudo pretender muchas cosas, y por ello aparece en las páginas del libro sagrado, pero no podríamos bajo ningún aspecto creer ni hacer creer que él buscó una procreación con su burra. Ni más faltaba. Pero lo que no se puede negar es que los comerciantes árabes que atravesaban solitarios los desiertos, satisfacían sus necesidades sexuales con burras y camellas. Igual cosa hicieron y hacen los judíos, primos hermanos de los árabes. Primero los árabes, que fueron dueños y señores por ochocientos años en España, y luego los judíos, que financieramente también dominaron en la Península y sentaron en ella sus reales, se encargaron de adelantar el proceso de enseñanza entre los iberos en materia de zoofilia. Tampoco por este aspecto se salvan los hermanos del interior, porque los viene por las venas la misma apetencia.

Como pueden ver los lectores, si bien es cierto que los costeños practicamos por años el ayuntamiento con burras, ello no es nuestro privilegio. Es un legado del que no nos sentimos avergonzados, por lo menos en el pasado. Por eso se puede lanzar el reto: El sinuano y el sabanero que en 1980 contara más de 35 años, no se hubiere unido sexualmente a una burra, sin tener en cuenta marranas, pavas, gallinas, perras, etc., y se considere varón en el amplio sentido del vocablo y esté exento de dudosos comportamientos, que lance la primera piedra. No obstante, la responsabilidad no es totalmente española, ni árabe ni judía en lo que a zoofilia se trata. Los indios peruanos se apareaban con la llama, lo que nos permite ratificar 1a condición que tratamos de ignorar en la medida que alcanzamos nuevos estadios culturales, de que el hombre como especie no es otra cosa que uno más de los miembros del reino animal. ¿Por qué escandalizarse si una especie animal se aparea con otra? El hombre lo ha logrado entre la burra y la yegua y viceversa, y nos haríamos largos con lo atinente a otros apareo e incluso con los experimentos de la ciencia.

Pero el objeto de este trabajo es otro. El de explicar a quienes hoy no lo practican ni lo saben, que para el acto sexual con una burra o una yegua o una mula, y por qué no, lo anormal con un burro mediante la técnica del pedaleo, requirió la observancia de una serie de normas, una manera de Kama Sutra, un manual que lo hiciera más fácil y placentero. Para ello, vamos a recurrir a anécdotas de amigos y de referencias que nos han llegado con el correr de los años, porque el tema, por lo menos entre los nativos del Sinú y las Sabanas, es común y corriente y se comparten, o se compartían, experiencias a1 respecto.

  
LOS NOMBRES

El asno ha recibido en todo el mundo y en todos los idiomas, distintos nombres. En la costa Caribe, para no irnos muy lejos, se le llama burro(a), asno(a), pollino(a), meneco(a), María Casquito, y muchos otros, que dejamos aquí la lista porque no se trata de adelantar un estudio onomástico del animal.

CLASES DE ASNOS

Encontramos en la obra ¿Asnos o burros? En la cultura costeña y la naturaleza, escrito por el médico veterinario y zootecnista, Luis Mariano Pico Román, oriundo de Lorica, Córdoba, la siguiente clasificación científica de los asnos: «Reino: Animal. Subreino: Vértebra (Vertebrados). Clase: manmalia (mamiferos). Orden: Ungolata (con cascos) Suborden: perisodáctilo (un dedo en cada extremidad). Familia: Equidad (equinos). Género: Equus. Especie: Assinus».

En la misma obra se trata sobre las subespecies, así: «Se distinguen cuatro sub especies de asnos asiáticos o hemiones: e1 Obagro de Persia, el Kiang del Tíbet, el Khur o 0 Ghorkar del Noroeste de la India y el Kulan on chigetal dc Mongolia. Algunos autores consideran a estas variedades como especies separadas. El asno salvaje africano se clasifica como Equus asinus, el Onagro como Equus hemicrus, Onager, el Kiang como Equus hemionus King, e1 Khur como Equus Hemionus Hemionus.

LA BÚSQUEDA

Los muchachos se reunían en grupos y partían hacia la huerta más cercana. En Montería los sitios mas frecuentados para las burreadas, fueron la Granja Experimental, los Araújo, la huerta de don Gabito Torres, los alrededores de donde hoy se levantan el Colegio Nacional José María Córdoba y la gallera Zenúfana, la finca Los Pericos, los alrededores de El Sabanal, la llamada Paja de los Cabrales, que partía de La Chivera y llegaba a la calle 41, desde la carrera diez hasta un poco más allá de El Meridiano y La Floresta, los alrededores del estadio 13 de junio, El Recreo. Dentro de todos ellos, se levantaba una especie de monumento a1 burro, que fue La Lechería, desde la calle 41 hasta el barrio Industrial y el Asilo, zona restringida, o mejor, de prohibida penetración, porque allí eran llevados burros y burras, caballos y yeguas, mulos   y mulas que llegaban a la población como integrantes de las “arrias” que traían plátanos, madera, cocos y otros productos de la región costera, de Valencia, Tierralta, El Tomate, Popayán, Pueblo Búho, Las Cruces, Canalete y otras.

En Sincelejo, los sitios preferidos para tales menesteres fueron las finca El Papayo y La María, y en estas, los alrededores de los pozos Buenavista, Covapeñas y El Bajo. A esos sitios llegaban los muchachos para sacar de si las ganas pensadas y reprimidas, y se encontraban gratamente sorprendidos porque no solo de burras vivían los que por allí deambulaban, por cuanto la vaca negra de don Aquilino Herazo y la mula de don Lorenzo del Castillo, suplían con creces las contadas ocasiones en que no había menecas. Tanto la vaca como la mula, inmediatamente escuchaban las voces de los muchachos, corrían a uno de los pozos y se colocaban no solo discretamente sino de manera tal, que cualquiera fuera la altura del interesado, podía alcanzar el pozo de la dicha. 

En cada grupo se encontraba un experto en localizar las burras. Conocimos en el barrio Montería Moderna a Orlando Hoyos, que tenía el remoquete de Franelita, hijo de Arcadio, el mata puercos, y en el barrio Granada a otro de nombre Jacisco Franco, a1 que llamábamos Jalisco, que fueron los mejores en la materia de los que registra la historia del pueblo. Ambos, como los rastreadores que después vimos en las películas de vaqueros, se ponían al frente del grupo y señalaban e1 rumbo a seguir. Si encontraban un cagajón, lo tomaban, lo llevaban a la nariz y después de olerlo dictaminaban: este es un burro, vamos por otro lado. Luego tomaban otro y afirmaban: este es de burra, pero es una burra vieja y maltratada y, además, pasó por aquí hace tantas horas y ya no debe estar en la zona. Así, hasta que informaban entusiasmados: este si es de una burra joven, paso hace unos diez o quince minutes, está cerca y hay que buscarla. Si era dc bum pichona, decían: ¡qué bien, mano, es una burra pichoncita, señorita, búsquenla!

EL ENCUENTRO
El ideal era formar un grupo de tres miembros, pero en ocasiones se reunían más de diez y entonces se regaban por la zona abriendo un campo de búsqueda apreciable. La búsqueda terminaba rápidamente, pero quien la encontraba no osaba tocar la burra hasta que no estuvieran presentes todos los integrantes del grupo. Fue una norma no escrita que todos supieron cumplir con la honestidad del caso.

EL TURNO

En todo momento y lugar, e1 turno para las penetraciones era rigurosamente respetado. Primero los más grandes o de mayor edad y así hasta llegar a los menores y más pequeños. Ciertamente que se formaban discusiones, pero no interferían el turno. 

LAS COMODIDADES

Hubo casos de casos, pero la comodidad fue básica para poder realizar el coito sin dificultades. Entre los casos singulares estaba la mula ciega de los Cabrales. Era un animal viejo que debió trabajar mucho en las fincas de esa acomodada familia y que al perder la vista fue suelta en la paja cuyo perímetro señalamos anteriormente. En los alrededores del palo de caracolí, que estaba en la parte de atrás de las instalaciones actuales del periódico local, se reunía la «gallada». Si no localizaban una burra, formaban entonces un cerco alrededor del árbol y se masturbaban todos los integrantes del grupo. Muy cerca de allí se encontraba un árbol caído con tres niveles naturales y distintos. El más bajo, para los muchachos más altos, el siguiente para los de mediana estatura y el alto para los más pequeños. A la mula ciega, una mula rucia, no había que buscarla. Inmediatamente escuchaba la Charla de los muchachos, salía en dirección a1 árbol caído y esperaba. Conforme al tamaño, los interesados le daban pequeños golpes en las ancas y ella se dirigía al lugar que le indicaban, 'o bajaba o subía el anca a la altura deseada.

En cercanías de Sincelejo se encuentra una finca llamada Tierra Grata, a orillas del arroyo Colomuto o Columutu, que fue de propiedad de don Pedro Chadid, en la cual una yegua se ponía alerta al escuchar los palmoteos de los muchachos, y corría hacia un barranco en donde adoptaba la posición que luego el o los interesados requería. Lo extraño en este animal era que si no le agradaba quien palmoteaba, mostraba indiferencia y si intentaban conducirla a la fuerza al barranco, lanzaba patadas a diestra y siniestra.

Igualmente, en Sincelejo, en el ahora céntrico sector de la calle Cauca, en inmediaciones del hotel Tamaulipas, se encontraba la vaca negra de propiedad del señor Aquilino Herazo, que suplía con creces las necesidades de los muchachos de la misma calle, de La María, El Tendal y barrios aledaños. Cuando un muchacho 1e tocaba el anca, la vaca se acostaba ofreciendo sus intimidades.

Ni Marcial Lafuente Estefanía, ni Keith Luger, ni ninguno de los folletistas relacionados con mitos y
leyendas del Far West norteamericano, se refieren al aspecto sexual de los «valerosos» vaqueros gringos durante sus largas temporadas en solitario por los desiertos, las praderas y las montañas del Oeste, pero se sobrentiende que algo de ello ocurrió, antes del reclutamiento masivo de putas en los salones para llevarlas a las inhóspitas tierras a brindar sus experiencias a quienes ya sufrían dolorosos espasmos de «verija» por carencia de desaguaderos. Una familia Buelvas, de Montaría, cuyos integrantes se dedicaron a la zapatería, fue suficientemente conocida, porque a eso de las tres de la tarde, en medio de la solana, salían los tres menores cada uno con una caja de madera de las llamadas guacales y en donde venia la loza, sobre el hombro o la cabeza, rumbo a la zona de carreteras y cuando aún no se había construido el estadio dc béisbol, a la correspondiente jornada de amor. La singularidad consistía en que el más grande cargaba In caja más pequeña y el más pequeño, la caja mas grande. Algunas personas que pasaban por la carretera en vehículos, ignorantes del destino de los tres hermanos, señalaban la injusticia de ponerle la caja mas grande al más pequeño. Y es que para alcanzar el sitio donde está el sexo de la burra, el más pequeño necesitaba subir a mayor altura.

El lugar más curioso en los tiempos mejores para los niños y los jóvenes monterianos, fue indudablemente ll finca El Alivio, de propiedad del médico José María de Vivero, un nativo de Corozal que sentó sus reales en el Sinú hasta el momento de su muerte. El predio era administrado por un señor de nombre Tomas, que aparte de su salario, acrecentaba sus ingresos cobrándole a niños y jóvenes veinte y cincuenta centavos por el ayuntamiento con burras, yeguas, mulas, cabras y vacas.
Si consideraba que el niño no lograba evacuar más que deseos mentales, la tarifa era de veinte centavos y se debía hacer una larga fila en la que esperaban pacientemente los interesados. Pero si Tomas deducía que ya e1 pretendiente vomitaba más que saliva, cobraba cincuenta centavos, con la obligación de limpiar el órgano sexual del respectivo animal, para lo cual mantenía baldes llenos de agua.

El doctor De Vivero, hombre acaudalado, construyó para su vivienda una edificación con tres domos y la chispa de los monterianos la bautizó como «Las bolas del doctor Vivero», expresión de doble sentido, ya que los costeños suelen calificar como «bola» los testículos.

LOS PELIGROS

Si la burra era demasiado joven, debía tenerse la precaución dc amarrarle primero las patas traseras, para evitar una patada. Burras ariscas dejaron a más de uno tendido en el monte sin conocimiento por una fuerte patada. De tal manera que dentro de la caja o amarada junta a1 cinturón, siempre debía cargarse una pita de curricán o una cabuya de las delgadas.

Las anécdotas nos cuentan que más de uno debió salir a las voladas de un potrero, perseguido por una
burra indignada a la cual no se le liaron con anticipación las paras. Quizás no le cayeron bien a la burra, porque ella también tiene derecho a escoger presencia, estirpe, tamaño; por brusquedad en el accionar; por mal olor; por defensa del honor o quien sabe cuáles y cuántas cosas más, para rechazar de manera violenta a1 enamorado.

Un conocido profesional monteriano, que hoy goza de fama por el acierto en el reconocimiento, formulación de medicinas y tratamiento de enfermedades, debió emular a los atletas que corren cien metros con vallas a1 encontrarse en plena faena y sin que aún haya podido saber la causa, la burra se dio la vuelta y lo atacó a dentelladas. La carrera inicial no fue suficiente y el hombre debió sacar fuerzas y capacidades en sus extremidades inferiores para ganarle a la burra un buen trecho que le permitiera volarse e1 vallado más cercano.

Después de varios años de preparado este trabajo y a punto de ser impreso, nos enfrentamos a un caso
parecido, ocurrido en el departamento de Bolívar y concretamente en el municipio de Turbana, pero en el que el personaje fue un burro. Extractamos del periódico barranquillero El Heraldo, lo pertinente de la información suscrita por el corresponsal en Cartagena, Juan Carlos Diaz, edición del lunes 29 de enero de 2007, página 8A:

«Un burro de apariencia mansa: y de ojos tristes dejó prácticamente sin nariz a un comerciante del municipio de Turbana al propinarle un mordisco en momentos en que lo estaba ensillando». Como Carlos Polo Acevedo, fue identificado e1 comerciante recluido en una clínica de la Heroica. Sc agrega más adelante: El propio afectado dijo que la actitud agresiva del jumento se debió a que cerca del sitio donde se encontraban, en el barrio Aruba, sector Manantial, se escuchó el rebuznar de otro burro. «Cuando oye el rebuzno, le respondió desde donde estábamos y paró las orejas, quizás olfateando que a pocos metros se encontraba una burra en celo».

Hay mucha tela que cortar en la información. La burra parece no tener periodo de celo y siempre está
en disposición de ejecutar el acto sexual. Como se ha perdido el uso de los asnos para las labores caseras, son incontables los ciudadanos que desconocen las formas de tratarlos. Quien lo sabe, jamás se opone a las intenciones del burro cuando una “fémina” que le gusta esté cerca, por las consecuencias que ello acarrea. Si no son patadas son mordiscos, y en el caso que comentamos, la víctima del mordisco se encarga de corroborarlo al decirle a1 periodista: “El burro es como uno, si tiene la oportunidad de estar con una hembra hace lo que sea por llegar a su lado”, y él perdió la nariz por olvidarlo.

LAS CARICIAS

Un experto en burras jamás de los jamases va directo Al grano. A la burra se le acaricia, como a cualquier mujer, de manera que el animal tome confianza. Por eso se le habla en las orejas con palabras dulces, recalcándole su belleza, sus buenas condiciones físicas, etc. Luego se le acaricia cl pelo de la crin, y con ambas manos, se soba por la tabla del pescuezo, pasando luego a1 lomo y al bajo vientre hasta llegar al anca. Un experto en sexualidad burrera, antes de abandonar las orejas y la
crin, le da dos besos en los cachetes. Una vez en la zona de candela, se saca un palito que previamente se ha lijado para no maltratar la piel del animal. Los burreros experimentados tenían como un preciado tesoro un palitroque para tocar el tambor, el mango de un balero o bolero como aquí lo llamamos, o uno de los bolillos de adorno de las sillas del comedor que se perdían sin que nadie en la casa pudiera decir cómo, cuándo, por qué ni para qué. Ese objeto de madera, cuando ya se ha hecho la penetración, se soba por todo el hilo del lomo de la burra que sacándole e1 cuerpo a1 objeto que se le desliza, mueve acompasadamente el anca y le da una connotación distinta al mete y saca del burrero. Repetimos el buen burrero, no deja de halagarle el oído a su burra y hasta se despide de ella cuando ha evacuado sus ardores, prometiéndole regresar cuanto antes. Volver o no volver nada significa para ambos, pero como en el caso del hombre y la mujer, nada se pierde con la promesa de repetir. Hay quienes aseguran que hubo burras que rebuznaban cuando sentían la presencia del amado.

HUELLAS REVELADORAS
Siendo cosa sabida la unión sexual de los muchachos con las burras, algunos padres aparentaban no compartir el asunto. Por esa razón. lo preferible e indicado era realizar las penetraciones con el cuerpo totalmente desnudo, por si acaso la burra cometía la imprudencia de defecar en cl momento culminante. Sin embargo, una burra experimentada, bien atendida y mejor mimada con las caricias, jamás comete la imprudencia y e1 acto de mal gusto de defecar sobre la humanidad de quien está pegado a su vulva.

Muchos que negaban haber estado burreando, caían sin poder discutir nada, cuando les mostraban las
braguetas de los mochos, llenas de un color verde que solo se adquiría estando pegado en la parte trasera de una burra. 

Otro cuidado del buen burrero era evitar presentarse a la casa con los pantalones llenos de cadillo, una pequeña mata que arroja unas bolas diminutas que se adhieren a la tela, como dice e1 pasillo: «al paso alegre del campesino». Es la misma retama, pero acá conocida como cadillo.

LOS IDILIOS

(Imagen adicionada en esta edición)

Alrededor de la zoofilia se han tejido incontables anécdotas y leyendas. Reconocidos personajes de la Vida costeña son mencionados en charlas insulsas, pero nunca nadie ha osado dejarlas por escrito. No
pretendemos ser los pioneros y por ello guardamos la identidad de los que escogimos para refrendar este escrito. Es innegable que sobre la materia se teje la duda, y con la misma intensidad con que se nos achacan los apareamientos con las burras se trata de negar u ocultar esa realidad, pero ni tanta llama que queme a1 santo ni tan poca que no lo alumbre.

Un descendiente de árabe, soltero empedernido (por lo menos llegó a la senectud y se mantuvo alejado del trato con mujeres), escritor de algunos quilates y a quien en mementos de tremendas borracheras 1e han robado con las grabadoras el producto de su magín, aseguran sus familiares, allegados y amigos, que se asentó a la orilla de una quebrada de sonoro nombre, levantó una casa y al lado de la alcoba principal, ordenó construir una especie de establo. Entre otras anécdotas, dicen que por cerca dc diez años vivió totalmente desnudo encima de un árbol, del cual bajó el día que creyó cumplida su tarea de establecer cómo vivía el antropoide antes de transformarse en hombre. Pues bien, el establo quedó dentro de la vivienda y allí nuestro personaje introdujo una hermosa meneca señorita de nombre Manira y no profanada por casco alguno, ni de burro, ni de caballo. Y el día de la inauguración, invitó a un selecto grupo de amigos y al párroco de la población, que en medio de la borrachera, ofició e1 matrimonio del escritor con su joven pollina, luego de lo cual los dejaron solitarios para que pudiera efectuar la luna de miel, y vivieron felices y comieron perdices, pero no dejaron prole. Por cerca de diez años la felicidad reinó en el hogar, hasta que el que todo lo puede dispuso llevarse a la meneca para el harem de la otra dimensión. Cierto o no, el escritor se apareció alicaído, triste y melancólico en Sincelejo, donde se radicó, dejando abandonada la vivienda a la orilla de la quebrada, tan respetada por todos, que solamente e1 paso del tiempo destruyó e1 tálamo nupcial, e1 lecho de las cuitas entre el agareno y la hermosa pollina. Y tan fiel en el idilio, que prefirió viajar a esconderse en el mundanal ruido de la ciudad, antes que profanar el inolvidable romance.

Una precaución, que pocos tomaban en cuenta Porque fue un hecho de muy poca ocurrencia, era dar
rodeos antes de encaminarse de regreso a la casa. Francisco M., en el barrio Obrero, a quien todos llamábamos E1 Burro, y Celio P. (q.e.p.d.), en el mismo lugar, fueron sorprendidos por burras con las cuales habían hecho el amor y se fueron detrás de ellos, presentándoseles en la casa. En el caso de Francisco, el encuentro erótico tuvo ocurrencia a las ocho de la noche por los lados de El Camajón y una hora más tarde sus familiares comenzaron a escuchar el rebuzno enamorado de la burra, pero solamente a las cuatro de la madrugada, trasnochados, abrieron las puertas para averiguar qué pasaba y la burra se metió corriendo hacia el cuarto en donde Francisco dormía plácidamente y allí se la colocó al lado. Mucho trabajo le costó a Francisco M., y desde entonces 1e aplicamos e1 remoquete de “El Burro”, embolatar a la burra en los montes cercanos para que no encontrara de nuevo el camino y afirman varios de sus amigos que debió llevarla en un camión para abandonarla por los lados de Guateque.

Pero otros, antes que embolatar a la burra, hicieron alarde de ello. Juancho 0., un conocido personaje
sincelejano allegado a la radiodifusión no oculta cómo debió pedirle ayuda a Juan Severiche Vergara para que le facilitara los medios con que comprar una burra en el pueblo de Santiago Apóstol, a1 terminar las fiestas de corraleja que transmitieron por una emisora de Corozal, porque la burra había quedado tan enamorada de Juancho, que lo seguía por todas las calles del poblado y el propietario exigió una indemnización por los días de las festividades en que la burra se negó a cumplir las tareas acostumbradas, para estar al lado de quien había llenado todas sus apetencias de sexo y afecto. Y como si fuera poco, terminadas tales estas no hubo cómo quitarla del frente del hotel en que se alojaban los dos Juanchos. Y es que a Juancho 0., en la materia, se le reconoce por parte de los alcaldes, personeros, jueces y otras autoridades de los pueblos sucreños, la facilidad con que las burras se enamoran de él. El locutor y periodista Aurelio Gómez Jiménez, que deambula con Juancho 0., por los pueblos de Bolívar, Sucre y Córdoba en transmisiones radiales, jura y perjura Que, en más de veinte ocasiones, en los últimos treinta años, ha sido testigo de los preparativos de su amigo y compadre de sacramento para ejecutar e1 acto sexual con una burra «Te juro que es algo digno de verse. Sobre todo, porque Juancho insiste en que el sexo sin besos es como chuparse un pirulí de hierro o comerse un mote dc queso sin queso. Por esa razón, siempre carga en el equipaje un espejo de regular tamaño y luego de los juegos preliminares en que besa por cerca de media hora a la burra, le pone al frente el espejo para que ella se vea y él, desde atrás del animal, pueda verle la cara. Mientras se mueve a un ritmo acompasado le habla con palabras melosas y le tira besos»

Otro ciudadano de ascendencia árabe, operador de cámaras en un teatro de Montería al que le colocamos e1 apodo de «Caga Roxi», aún es recordado por su constante apareamiento con las burras. Un día cualquiera se topó con una burra negra doncella y de hermoso porte y llegaron a quererse tanto, que convivieron por cerca de veinte años sin que se presentara en ese lapso ningún motivo de discordia ni de celos. El día de la muerte de la odalisca, Caga Roxi lloró inconsolablemente y después guardó luto por cerca de dos meses, jurando solemnemente que no habría más idilios con animales y para evitarlo, contrajo nupcias con una dama con la cual vivió el resto de sus días y engendraron y procrearon varios hijos.

Para evitar enojosas visitas de las burras enamoradas, tres sincelejanos que hoy son figuras muy ilustres y destacadas en las actividades comerciales, de la medicina y de la política, a los que según afirman sus contemporáneos, apenas les faltaron dos patas para asimilarse a los jumentos, sobaban a las María Casquito con evidente cariño asnal, optaron por utilizar la camioneta destinada a1 trasteo de mercancías, cuya parte trasera permanecía con una especie de tolda impermeable e iban a la Poza del Chorro, escogían la mejor, la subían y comenzaban a pasear por las céntricas calles de la población, turnándose. Dos en la cabina y uno atrás cumpliendo sus funciones carnales.

 ELOGIOS

Tanto a la burra como al burro se les ha cantado con singular gracia por los sinuanos y sabaneros, y no pocos autores del Continente. Hasta villancicos para Navidad El canta autor cereteano, Noel Petro, el primero de la región que trascendió nacional e internacionalmente como cantante, compositor y ejecutor de la música popular colombiana, desde el principio se hizo llamar «El Burro Macho», y una de sus más conocidas canciones fue dedicada a1 burro, y en dos de los estribillos con doble sentido, dice:

El burro será maluco
El burro será orejón
El burro será cansón
Pero tiene grande su corazón

Y la otra señala:

El burro será muy bruto
El burro será dientón
El burro será chiquito
Pero tiene grande su corazón

En la letra de otra canción, en donde va también implícito e1 doble sentido, valedero solamente para el hombre costeño que entiende estos retruécanos, dice:

La burra mocha viene para acá
Viene corriendo con el burro atrás
La burra mocha viene para acá
Viene huyéndole a la pendejá.

José Arrieta González, un corozalero multifacético que reparte su tiempo en los ajetreos de las artesanías con madera y guadua y la pirografia, así como en la construcción de décimas sobre asuntos comarcanos y canciones de la picaresca sabanera, 1e ha cantado al burro, a través de su personaje típico «El Tío Pello», en varias ocasiones y formas. Por ejemplo, con dos décimas que dicen:

Cuando yo estaba pelao
El negro y compa Simplicio
Prudencio y José Dionisio
Fueron a cogé pescao.

Todo lo tenían planeao
Burriando detrás de la alberca
No me querían por ahí cerca
Porque yo y que era sapito
Me desquité con la puerca.

La segunda dice:

Recuerdo el tiempo pasao
Cuando andaba en los potreros
No lo niego. Fui burrero
Sin pena lo he confesao
Soy un costeño graduao
Entre barrancos y sombritas
Y entre las burras mansitas
Mi adolescencia pasé
cuando probé la mujé
dejé quieta la burrita

En ritmo de paseo, El Tío Pello grabó un álbum picaresco con el título de «Parranda con 'Tío Pello», del cual sacamos la letra de la canción intitulada «Soñando con María Casquito», que dice:

Ayer soñaba
Que yo estaba en la Esperanza
La tierra donde me crié
Y vi a María Casquito,
El primer amor que tuve,
La que nunca olvidaré
Y estaba linda como la soñé
Su olor a burra tocó mis sentidos
Cuando su tierno rabo acaricié
En el barranco donde felices fuimos.

Pero ella estaba triste
Un poco acongojada
Un tono de querella
En sus ojos pude ve
Siempre pasaba lo mismo
Después que yo me entrego
Me manda al carajo
Apenas prueban mujé
Yo te recuerdo no voy a mentir
Que me disculpen por ser tan sincero
Y el que me critique que me venga a decí
Dónde está el costeño que no ha sido burrero (bis)

Me comentaba
Que ahora los muchachos
Andan sin Dios y sin ley
Que la habían desplazado
Unos tipos bien raros
A los que llaman gay
Pero los buenos tiempos volverán
Viendo la vaina en forma objetiva
Tu eres la reina del mundo animal
Y una burra nunca ha transmitido el sida (bis)

Para consolarla
Le acariciaba el anca
Nos fuimos motivando como el tiempo aquel
Ella se acomodaba
Debajo del barranco
Y cuando le alcé el rabo ahí mismo desperté
y mi mujé me comenzó a decí
con quién soñabas que estás bañado en sudor
quise decirle pero no me atreví
que soñando estaba con mi primer amor (bis)

Una décima de tono fuerte pero ampliamente conocida
por los campesinos, que se repite en voz alta
y hasta con cierto tono orgulloso, dice:

Mira el burro a la pollina
Y la embiste con fuerza
Y va sacando su pieza
De su natural pretina.
La muy indigna lo mira
Masca y masca en el vacío
Y lo empuja con brío
Y al sacar la flor en punta
Y la muy indigna pregunta:
¿Te has hecho daño, hijo mío?

Seríamos interminables repitiendo las canciones, Versos de décimas y otras formas con las que el hombre Costeño ha ensalzado al macho y a la hembra que le brindaron tantas satisfacciones, en lo sexual y en el trabajo psico, para desarrollarse, desarrollar a sus hijos y a las tierras sabaneras, sinuanas, sanjorjanas, etc., que con el paso de los años vinieron a convertirse en las más ricas del Continente y la esperanza de ser la despensa agropecuaria de muchos países.

EL BURRO

La homosexualidad no es un privilegio del ser humano. Entre los animales se dan estas variaciones contra natura que Dios castigó en Sodoma. El burro, pese a todos sus atributos dc virilidad, también cae en la fea experiencia, que para él debe ser mucho más dolorosa. Entre las muchachadas no deja de haber uno que es el cerebro pensante y que por ello se encarga de dirigir a1 resto. Su palabra es 1ey, los éxitos se le reconocen, pero los fracasos son responsabilidad de quien en el momento oportuno falla, tal] vez por mal orientado. Esos cerebros pensantes se las ingeniaron para Remplazar a la burra cuando no se localizaba una en la Zona sometida a cateo por la gallada, y no era otra que agarrar el primer burro que encontraban luego de reconocer e1 fracaso de la jornada, amarrarle las patas traseras, sujetarle la cabeza a1 árbol más cercano, tomar una pita y amarrarle los testículos y en el otro extremo de la cuerda amarrar una pequeña tabla que quedaba con una punta pegada al piso y la otra pendiendo de la

Pita. Al momento de acercar la punta del pene al orificio anal del burro, se pisa la tabla y e1 animal abre los esfínteres como consecuencia del dolor; entrar y salir acompasadamente es la ciencia de esta torturadora práctica, llamada: «cómo comerse un burro chancleteado», que favorablemente no alcanzó a popularizarse.

Sabemos que hay muchas más técnicas en el asunto, pero apenas registramos y dejamos escritas las
anteriores.



REGISTRO LITERARIO Y PERIODISTICO

Corriendo el riesgo de ser maltratado por mojigatos y mojigatas, convencidos de que siempre debe haber una primera vez, y pensando que estamos lejos del bien y del mal, nada perdemos dejándole a nuestros lectores un ejemplo de las vivencias costeñas de un pasado grato e inolvidable, con la observación ya tácita en el curso de lo escrito, de que la zoofilia fue una actividad común y corriente en nuestra tierra y que cual más cual memos, practicamos sin aspavientos ni hipocresías.

Sobre el tema encontramos los siguientes registros, Que respaldan lo aquí dicho y es que la zoofilia es mucho más vieja de lo que pensamos. No se debe olvidar que, una de las estatuas famosas del arte universal, es la de Fauno penetrando a una cabra y se exhibe en uno de los más famosos museos europeos. Fauno o Sátiro, es parte de los mitos desde los principios de la historia conocida. Veamos lo que dicen escritores considerados como figuras de relieve en la literatura universal. En el imperio romano, el escritor africano, Apuleyo, Escribió en la ciudad de Cartago la obra El Asno de Oro.

Se afirma que extrajo el tema de las tradiciones milesias, en las que fue pionero otro gran escritor de la historia: Luciano. El tema es la conversión por artes mágicas de un hombre en asno. Apuleyo convierte el libro en una serie de fantasías eróticas y escribe una novela cuyos primeros once libros se titularon Metamorfosis Libri (La metamorfosis) Y no óbstame e1 erotismo fantástico, San Agustín lo citará con frecuencia en sus charlas bajo e1 título de Asinus aureus (El asno de oro). El francés Alexandrian, el más importante recopilador de la literatura pornográfica desde el pasado remoto hasta los últimos años de la década del sesenta en el siglo pasado dice sobre el particular: “finalmente, en Corintio, Lucius consigue un amo que lo cuida bien porque lo exhibe como un fenómeno de circo. Una dama se interesa y una noche quiere acoplarse con él. La escena de zoofilia es más truculenta en Apuleyo que en Luciano. Se ve a la mujer coquetear con el asno ungirlo con aceite, colocarse debajo para enlazarlo con las piernas y los brazos, empeñarse en un juego frenético”. Franco Saccheni, que en 1335 ejercía en Florencia El cargo de podestá escribió una obra con el título de Trecento Novelle, unos trescientos relatos pornográficos, en los que se refiere a una discusión entre la castellana de Becaria y su camarera Marión, y ésta grita: me gustaría más tener a mi servicio un jumento que cien gorriones.

Rabelais, e1 autor de Gargantúa y Pantagruel, obras consideradas como clásicos de la literatura universal, tal vez por ser costumbres de su época -1532—, creó su propio vocabulario para definir e1 acoplamiento de humanos y animales: Roussiner, con los caballos; Beliner con los cabríos y Baudouiner, con los asnos.Henri Eslienne, un impresor humanista, considerado como sabio protestante, escribió una obra en 1566 en la que trata de ridiculizar a los católicos, titulada Apología para Herodoto, en el capítulo De la Lubricidad y la Lujuria de la Gente de Iglesia, entre otras diatribas, señala: «pastores que tienen comercio sexual con las cabras».

Francois Maynard, quien fuera secretario de Margarita de Valois y a partir de 1614 presidente del
Tribunal de Primera Instancia de Aurilac, más tarde miembro de la Academia Francesa, compuso sonetos licenciosos. De uno de ellos extractamos:

Es preciso
Entregarse en el placer
Y no perder el tiempo
En parecer.
No te distraigas en
Hacer la casta,
Pues los años
Que roen tu tesoro
Harán del coño tuyo
Una canasta que
No usarán los
Burros por decoro.

En 1911, el humorista norteamericano Ambrose Bierce, publica su obra Diccionario del Diablo, que los mojigatos colocaron en el índice de sus propios reducidos cerebros sin leerlo, perdiéndose de una obra llena de humor que nada tiene qué ver con el mundo de las tinieblas. El humorista se refiere al asno en los siguientes términos de su obra:

«ASNO. Este animal es celebrado amplia y Variadamente en la literatura, el arte y la religión de todas
las épocas y lugares; ningún otro animal ha encendido la imaginación humana tanto como este vertebrado. En verdad, algunos (como Ramasilus, De Clem, lib II, y Stantatus, de temperamento), sospechan que se trata de un dios; sabemos que en tal carácter fue tratado por los etruscos, y si creemos en lo que dijo Macrobio, también fue venerado por los cupapasios. Los dos únicos animales que son admitidos en el paraíso musulmán junta a las almas de los hombres son: la burra que carga el Balaam y el perro de los siete durmientes, lo cual no es una pequeña distinción. Con lo que se ha escrito sobre este animal, podría compilarse una biblioteca de gran esplendor y magnitud, que rivalizarla con el culto a Shakespeare y la literatura bíblica. En general, puede decirse que toda la literatura, en mayor o menor grado es cosa de asnos». Para no continuar con una temática tan fuerte pero necesaria para comprobar que no somos los hombres del Caribe colombiano los inventores de la zoofilia, transcribimos en su totalidad un artículo de Rodolfo de la Vega, colombiano, aparecido en el diario El Universal, de Cartagena de Indias, e1 10 de julio de 2002, con el título Zoofilia y Bestialismo, que dice:

«Aunque a la zoofilia y al bestialismo se les da valor De sinónimos, puede no ser así. Zoofilia viene del griego son, animal, y philos, amante. De manera que puede interpretarse como el amor por los animales, lo cual tiene connotaciones de virtud. El bestialismo por su parte, es el ayuntamiento carnal con una bestia y, el Diccionario de la Real Academia lo define como anormalidad consistente en buscar el gozo sexual con animales. La práctica del bestialismo es antiquísima y hoy se encuentra mucho más extendida de lo que podamos imaginar.

«En el Levítico, atribuido a Moisés (Siglos 17-16 AC) hallamos: Lev. 18-22: «No te echarás con varón como con mujer; es abominación. 23: Ni con ningún animal tendrás ayuntamiento amancillándote con él, ni mujer alguna se pondrá delante de animal para ayuntarse con él; es perversión». En el libro de Jomeini (Bruguera) que recoge algunos preceptos del Corán, encontramos
las siguientes enseñanzas: “Si comete acto de sodomía con el buey, el cordero o el camello, su orina y sus excrementos se vuelven impuros y su leche no es comestible «Si el hombre -¡Dios lo guarde!- fornica con un animal y eyacula la ablución es necesaria». De la cita bíblica y de los apartes del Libro de Jomeini se colige que, entre los antiguos hebreos, así como entre los actuales pobladores de los desiertos, era y es costumbre, aunque condenable, el ayuntamiento con animales.

«En El libro de la sexualidad, editado en folletos por el diario E Tiempo, hallamos el siguiente comentario: «1a zoofilia casi nunca ha sido perseguida penalmente. No obstante se tiene la constancia de un caso en 1538 en el que un tal Joan Mario Zaragoza fue condenado a cuatro años de galeras por mantener apasionadas relaciones con una mula». Tal parece que el juez podría haberse mostrado Clemente ante una relación esporádica. Lo que no pudo perdonar fue lo de la apasionada relación.

Por los sociólogos sabemos que las llamas, esos utilísimos camélidos de Los Andes no sólo sirven como animales de carga, sino también para descargar los ímpetus carnales de sus dueños y usuarios. En Colombia somos los costeños los señalados como asiduos practicantes del bestialismo.

En una universidad de Bogotá se suscitó entre un estudiante costeño y otro del interior el siguiente
diálogo:

—¿Es cierto que ustedes acostumbran a cohabitar con burras? —preguntó el andino.

A lo que respondió el costeño:

—Sí. Cada vez que se presenta la ocasión.

Insistió el cachaco:

—Pero ¿logran el coito a entera satisfacción?

—Perfectamente, a menos que algún imprudente espante el animal —respondió el de la Costa.

El cachaco volvió a la carga:

—A mí me han contado que en el momento culminante acarician a la burra y le susurran palabras
de amor. ¿Es eso verdad?

—No hombe, ¡qué carajo! ya esas son perversiones —dando así  por terminado el dialogo».

Por otra parte, recurrimos a una crónica escrita por nosotros en el diario El Espectador, que sin querer nos proporcionó el Premio de Periodismo Alcaldía de Sincelejo en el año de 1997, aparecida en la edición del domingo 17 de marzo de 1996, así:

Se acaban los burros por falta de amor. Son vendidos para convertirlos en presa de las fábricas
De embutidos. El burro se extingue en la Costa Atlántica, donde tenía su más extensa familia”
 Lelis Enrique Movilla Bello .
Corresponsal de El Espectador
Sincelejo

Por miserables $20.000 el más vivo los vende como suyos a oscuros comerciantes que en camiones con placas de Medellín y Bogotá, merodean por las carreteras y cercanías de los pueblos, hasta reunir una manada que acaba en mataderos clandestinos, de donde salen para fábricas de embutidos.

Ese parece ser el triste final de un animal que, como el burro, ha estado en la historia de los pueblos
prestando el concurso de sus fuerzas y de su resistencia, para llevar el progreso, cooperar con el hombre en la trashumancia y mejorarle su estatus.

Y es que el burro perdió el cariño, el amor que el hombre 1e tenía. En la costa Atlántica, donde la hembra de la especie siguió el mismo papel de sus congéneres en los desiertos de Arabia y se presentaba orgullosa como una burra diferente a la de Balaam -que cumplía sus funciones en las frías noches a la orilla de los oasis- quedó como ciertas damiselas de pueblo a las que las arrugas les impiden que los cosméticos puedan adornarlas y van siendo relegadas en covachas de oscuros callejones.

Para el hombre costeño, e1 burro no es sinónimo dc ignorancia. Aun cuando este animal ha sido considerado como bruto y por e11o, injustamente, es paradigma de cerrazón, muchas historias costeñas lo muestran distinto. Asno, garañón, rocín, rucio, pollino, son algunos de los nombres que le han dado con el paso del tiempo.

Las historias de nuestros abuelos hablan del concurso que el burro presto a los que en defensa de unos ideales políticos se trenzaron en una lucha fratricida que se llamó la Guerra de los Mil Días. Pero ese concurso fue Simplemente el de contribuir a cargar los cañones, las municiones, las tiendas de campaña, e1 abastecimiento de alimentos.

UN CHALÁN DESGRACIADO.

Moisés Perea, un narrador oral de Valledupar, según lo afirma Germán Castro Caicedo, habla de «la carga de los burros enamorados», durante la lucha de independencia y de manera jocosa hilvana una historia con el general Bolívar de por medio y los españoles en Tenerife, en el Magdalena, como escenario; así como la dama vallenata María de la Concepción Loperena Fernández de Castro, que para cumplirle al Liberador una promesa, de esas que se hacen al calor de la charla, recurrió cazar 300 burros resabiados y entregárselos un batallón venido desde Venezuela para que fuera a dar batalla a los españoles.

Nunca antes, ni nunca después se han tenido noticias de los burros en batallas, hasta que un grupo de
subversivos, para tomarse la población de Chalán, en Sucre, arropó a un meneco -otro nombre del animal en la Costa- con una carga explosiva, lo amarró al frente de la Policía y lo hicieron explotar a larga distancia y el asno quedó convertido en diminutas partículas de cuero.

En ese momento nadie se acordó que fue un burro El que transportó a José y María a Belén, ni que ese mismo animal con su vaho calenté e1 pesebre donde reposaba el hijo de Dios, ni que fue otro pollino el que lo paseó jubiloso por las calles de Jerusalén en medio de palmas. Ni mucho menos que desde que el primer burro pisó una costa africana, a través de la hembra, contribuyó a mantener reducido el índice de homosexualismo de nuestros países.

DEL BURRO A LA MULA:

En Colombia el burro comenzó a ser olvidado cuando a un publicista se le dio por poner a un hibrido
como la mula a la manera de punto de referencia para el progreso «Colombia pasó de la mula al avión», se dice. Pero todos se olvidaron de que, el primer avión que surcó los cielos colombianos se posó en el mar y después en los ríos y que la primera empresa de aviación del país se fundó en la costa Atlánticas. Colombia pasó del burro a1 avión y no como se ufana el mensaje publicitario.

El periodista Edgar García Ochoa, en una de sus crónicas, asegura que en un viaje de Cartagena a Sincelejo, contó 400 burros a lado y lado de la carretera. Hace apenas unos diez años, se contaron 502 entre Coveñas y Sincelejo.

Pero el progreso atropella a los más débiles. Y las carreteras se convirtieron en el peor enemigo de los
burros. Los camioneros que transportaban ganado de la Costa a Medellín se «cranearon» la forma de acabar los burros que se atravesaban la vía y pusieron en la frentera una fuerte estructura de tubos dc hierro que llamaron «mataburros». Desde 1950 en adelante, primero en Córdoba, luego en Sucre y Bolívar, por lo menos diez burros eran atropellados diariamente. El burro se extingue en la costa Atlántica, donde tenía su mejor hábitat y su más extensa familia. Se acaba un amigo del campesino, que, con bríos, en silencio, sin quejas, sin reclamos, humillado, le trasladó las cargas de un lado a otro sitio sin más exigencias que un manojo de yerbas. El amor entre ambos se fue diluyendo debido al fuerte olor de la gasolina.

Recientemente los burros volvieron a ser noticia en los periódicos y otros medios de información, lo que nos demuestra que el animal sigue vivito y coleando, aún diezmado por la intolerancia del progreso. Veamos estos dos:

En Limura, un pueblo de Kania, e1 alcalde, James Kuna, en los primeros días de julio de 2007, dispuso que los burros fueran forrados con pañales en su cuarto posterior «para asegurar que las calles del pueblo se mantuvieran limpias», como lo registra una información aparecida en la página 10 del diario HOY, en su edición del 24 de julio del mismo año.

Los propietarios de burros en Limura protestaron enérgicamente por la decisión de la primera autoridad del pueblo, localizado a unos 50 kilómetros dc Nairobi, capital dc Kenia, y uno de ellos, Kimani Gathugu, la calificó de «absurda» y recomendó no solo cursos de adiestramiento para colocar pañales a los asnos, sino que destacó el papel vital que juegan estos animales en la comunidad: «Los burros son muy importantes. No mucha gente tiene carros en el área y los buros son un importante medio de transporte.

Cuatro días más tarde, e1 28 de julio, en la emisión de las 12:30, el telenoticiero de RCN TV, inició las informaciones con la decisión del alcalde de Becerril, Cesar, Colombia, el señor Carlos Alberto Támara, de donar 80 burras y 20 burros a los niños que adelantan estudios en la principal escuela local, la mayoría de los cuales proceden dc corregimientos y veredas, en algunos casos localizados a gran distancia, para que se desplacen con menos fatiga de sus hogares a la escuela y viceversa.

Sin mojigaterías, el alcalde Támara, al adjudicar más burras que burros, no solo busca solucionar un
problema de transporte sino e1 aumento del número de estos animales. Tampoco se tuvo en cuenta si las burras correspondieron a niñas o niños. Y sin pensar mal, los niños campesinos de Becerril, además de cantar con sabrosura sus paseos, puyas y merengues, tendrán la feliz ocasión de reafirmar sus condiciones varoniles sin exponerse a caer en las redes de los maricas que puedan «ejercer» en aquella zona del país.

SEÑOR, AGUÁNTEME LA BURRA

En una época en que la simple mirada era suficiente para que los niños entendieran los deseos paternales y, en general, de las personas mayores, solicitar algo descomedido por parte de un niño a un mayor se castigaba severamente. Y cuando el niño recibía las nalgadas, los chancletazos o los cintarazos, nada decía en la casa, convencido dc que sin averiguar razones ni identidades, le duplicaban la ración. Se tenía certeza de que si una persona mayor castigaba en la calle a un niño conocido o desconocido, debía ser por una falta grave. Hogaño, buscar al autor del castigo y dispararle a quemarropa la carga de una pistola o un revolver, sin averiguar razones, sin saber cuál el grade de responsabilidad del menor, es un hecho común y corriente y, por el contrario, antes de criticarse se alaba porque así se hace respetar la familia.

En mi permanencia en el Urabá, vine varias veces a Montería acompañando a mi tío abuelo, Naudin Bello González, para ayudarle en la venta de los artículos que traía del monte, comprar otros para llevar a Buenos


Aires, Antioquia, y aprovechar para visitar a mis padres Y hermanos, así como departir por uno o dos días con mis amigos del barrio Obrero. En cada viaje traíamos una arria de unos cuatro caballos, seis mulos y cerca de medio centenar de asnos, que una vez despojados de la carga, llevábamos a la Lechería, en la calle 41 con carrera segunda, área que establecimos en otro lugar de este conjunto de notas, para que descansaran y comieran libremente durante los días que estaríamos en la ciudad.

En uno de esos viajes, a1 llegar a La Lechería a eso de las cuatro de la tarde, y como también lo anotamos en otra parte, estaba prohibido el paso de personas, adultos o niños que no tuvieran relación con los animales a depositar. Encontramos a un niño de unos diez a doce años oculto a un lado de la entrada del lugar, que apenas nos vio 1e pidió a mi tío que lo dejara entrar con nosotros como su ayudante. Mi tío, que si bien mantenía la risa a flor de labios sabia como dejar bien sentadas sus órdenes, aun cuando debiera usar el zurriago, se quedó mirándolo y como que debió suponer las segundas intenciones del muchacho y le dijo que se vinculara, sin dejar dc advertirle que no debía molestar los animales. El muchacho no respondió, pero se mostró entusiasmado con la autorización.

Al llegar a la puerta el encargado de abrirla dijo, señalando al muchacho:

—Este burrero tiene prohibida la entrada a La Lechería.

— Vea paisano, e1 muchacho viene como ayudante y 1e exijo dejarlo entrar con la arria o de lo contrario me la llevo para otra parte —indicó mi tío Naudin.

—Ya que usted lo autoriza, está bien, que entre, pero sale junto con ustedes. No sabe, señor, lo que molesta este pelao aquí —respondió e1 portero.

Sin embargo, me pareció ver una mirada de común acuerdo entre mi tío y el encargado dc recibir los
animales. 
Entramos, se contaron los animales, se fijó la cuota de cada uno y el valor a pagar por los dos días de
permanencia y el encargado, señalándolo con un dedo, indicó el potrero a1 que debíamos dirigirnos. En el trayecto, el muchachito, dirigiéndose a mi tío, 1e dijo:

—-Señor, permítame quedarme un rato con esa burrita baya. ¿Si?

—Está bien, puedes comerte la burrita baya, pero eso sí, no te demores —respondió mi tío a1 cabo de
unos segundos de cavilaciones ante la propuesta del niño

Cuando me invito a dirigirnos a un frondoso totumo que se encontraba en el potrero, se escuchó la vocecita:

—Señor, perdone, pero la burra no se está quieta y no tango con qué amarrarla. ¿Me ayuda, por favor,
señor?

Una especie de rictus de cólera, a manera de relámpago, pasó por el rostro siempre sonriente del tío
Naudin Bello. En ese momento él debía ser un hombre mayor de cincuenta años. La petición lo paralizó deteniéndose repentinamente. Me precio de haber conocido tanto a] viejo, quizás mejor que sus propios hijos aun cuando nuestro roce no fue tan extenso en el tiempo, que esperé, con toda justicia, que se volvería tan imprevistamente como se paró para darle un bofetón al muchacho como castigo por su falta de respeto. Guardé silencio, pensando quién sabe en qué cosas. Cuando dio el giro lo hizo lentamente. Se dirigió al lugar en el que el muchacho hacia esfuerzos para detener a la burra que insistía en ir con el resto del arria. Esperé e1 bofetón, pero no ocurrió según mis estimaciones. El viejo, poniéndose de espaldas al muchacho, alzó e1 brazo izquierdo, rodeó con él el pescuezo de la burra y la detuvo. El animal se quedó quieto y e] muchacho, haciendo esfuerzos de toda clase para alcanzar el sitio indicado, cumplió sus deseos. Al terminar, dijo:

—¡Gracias, señor! Y con toda la tranquilidad del caso se encaminó orondamente, silbando una canción de moda, hacia la puerta de La Lechería. Mi tío no hizo comentarios ni yo me atreví a romper el silencio. Hasta hoy.
FIN




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